El escritor Jerôme Garcin relaciona esta novela con el teatro de Genet. Cierto: la furia autista del personaje, su insubordinación contra todo lo que oculta su libertad, su soliloquio, recuerdan a Genet. Hablando de Céline y de Genet dice Vargas Llosa que pertenecen a la luciferina tradición "para quienes escribir significa aguar la fiesta de la armonía social". Y eso es lo que hace Renata, el personaje patético y tierno de Guérard, que ni siquiera se llama Renata. Para entrar en una mente cuya deriva es cada vez más estrafalaria, Catherine Guérad se vale de un flujo de conciencia continuo, con una sola frase de 165 páginas, puntuadas solo con comas. En un monólogo imaginamos un destinatario, pero esta divagación radical es un soliloquio. Renata habla sola, las conversaciones se engarzan en su discurso, pero, en realidad, habla para sí misma sin intención de ser escuchada. Asistimos a una rebelón mental, sin reconciliación posible con el mundo.
Renata trabaja como sirvienta hasta que decide que quiere ser libre y se lanza a las calles con unas cuantas cajas; una de ellas contiene las misteriosas "cartas de Paul ". No soportará los comentarios de quienes cuestionan su deserción: "la gente habla, y habla sin saber si te están molestando si te aburren, y a mí me pedía el cuerpo silencio no un silencio sin ruido sino un silencio de chismorreo, y pensaba La Libertad es también el silencio y me decía Soy libre, soy libre, con el silencio y con el sol y es como estar de vacaciones..."
Lourdes Ventura. El Cultural, 16-2-2024.
No hay comentarios:
Publicar un comentario