lunes, 20 de febrero de 2017

Ballerina

Acostumbrados a ver esforzadas, turbias, dolorosas o directamente truculentas historias de bailarinas de ballet, como Candilejas, Paso decisivo, El último bailarín de Mao, La bailarina, Cisne negro, o Flèsh and Bone, para el adulto viciado puede resultar un alivio agradable y naíf ver la simpática vacuidad de Ballerina. Y para el infante que empieza en el maleado universo de las historias contadas, la cosa no deja de ser el cuento de la Cenicienta, animado con solvencia en las calles de un  París de 1879, a donde llegan dos niños huérfanos e incluseros cargando con sus sueños: una quiere bailar en la Ópera y el otro inventar una máquina para volar. La niñita encontrará quien la entrene, una triste y amargada fregona con bastón que antaño fue estrella del ballet y que, cual sargento chusquero de buen corazón, pondrá a su pupila a surfear sobre un inestable tonel y a volar para tocar la campanita colocada sobre la rama de un árbol. Con tales mimbres, algo nos acordaremos de Rocky. Y poco de Degas. Los rostros de los niños protagonistas demuestran en su expresividad que la animación francesa camina firme -ahí tenemos El ilusionista, El principito, La vida de Calabacin o la coproducción La tortuga roja- y los paisajes urbanos y las luces de la ciudad están plásticamente bien conseguidos. Pero, eso sí, anacronismos los hay por un tubo, desde esos shorts vaqueros que viste la grácil protagonista -solo cien años antes de que se crearan- hasta un tuneado Lago de los cisnes cargado de pachanguilla hortera. Pasando por unas adelantadas -entre una y dos décadas- construcciones chungas de la Torre Eiffel y de la Estatua de la Libertad. Precisamente, la secuencia final, sobre la cabeza y los rayos de la corona de Miss Liberty - la pobre, recién construida, pero con un bronce ya tan verde como si hubieran pasado décadas por ella-, viene a ser una declaración muy simbólica del inevitable "lucha por tus sueños". Nosotros, puestos a quedarnos, preferimos ese plano de las botas sucias del chaval que casi pisan las zapatillas de baile de la niña.
Eduardo Galán Blanco. La voz de Galicia, sábado 18 de febrero de 2017

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