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Philipe Soupault |
Breton, pope del surrealismo, publica en 1928 su novela autobiográfica Nadja, celebrado ejercicio de vanguardismo que serpentea por entre el recuerdo, la locura y las calles de París, entre imágenes que contribuyen a un hibridismo y a un desorden desquiciado que son capaces de fascinar al lector o de disuadirlo para siempre. Ese mismo año su compañero Philippe Soupault, con el que en 1920 había publicado ese libro mítico Los campos magnéticos, saca a la luz la novela que nos ocupa, una de sus obras fundamentales y epítome de la verdadera poética del surrealismo, más allá de sus provocativos tributos al inconsciente y a la excentricidad. El azar avant toute chose, la espera y "la monotonía de lo extraño", la intriga (metafísica y policíaca a un tiempo) y la vida teatralizada, las imágenes orgánicas prestadas por la poesía (peces en un acuario en el flagrante delito de existir"), la noche urbana y el claro de luna que Buñuel mató en Un perro andaluz porque los manifiestos vanguardistas prescribían su muerte. Paris la nuit y sus bulevares del vicio. El espíritu del spleen de un Baudelaire al que Soupault estudió. La concupiscencia del burdel y del pipermint. Todo bajo la dirección de un narrador en primera persona que ejerce de flâneur y de detective de la vida misma, que fluye ante los ojos del lector con un aire vagamente cinematográfico y ciertamente tan sórdido como perturbador... En la obra de Soupault los personajes deambulan bajo la tiniebla de una noche que, como ha querido el talento del diseñador del libro, convierte le mapa de París en un atlas abreviado del firmamento. Una obra espléndida testimonio de un tiempo en que todo parecía querer ser cuestionado para ser enseguida reinventado.
Javier Aparicio Maydeu. El País, Babelia, sábado 11-02-2017
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