"Anda, son las nueve. Hemos comido sopa, pescado, patatas con tocino, ensalada inglesa. Los niños han bebido agua inglesa. Hemos cenado bien, esta noche. Es porque vivimos en los suburbios de Londres y nos apellidamos Smith". No estaría de más acudir a Freud para tratar de explicar por qué una obra como La cantante calva, de Ionesco, cuyo texto arranca con esta absurda declaración de intenciones, ostenta el récord mundial de permanencia en cartel en un mismo teatro (La ratonera, de Agatha Christie, lleva tres años más representándose pero ha pasado por cuatro teatros londinenses). El jueves, en el minúsculo Théâtre de la Huchette, en pleno Barrio Latino de París, responsables del local, actores y espectadores celebraron juntos 60 años de programación ininterrumpida y un millón y medio de espectadores. La obra del autor francés de origen rumano Eugène Ionesco (Slatina,1909-París,1994) ha sido representada cada noche -excepto los domingos- desde el 16 de febrero de 1957 sobre el pequeño, encantador y desvencijado escenario de La Huchette. Es un teatro de bolsillo con capacidad para 90 espectadores bien apretados y está situado en una de las calles más bullangueras y turísticas de París. Varias tabernas griegas de gama baja, tres o cuatro bocadillerías turcas, dos viejos clubes de jazz y tiendas de souvenirs rodean el local. La versión y la puesta en escena es la misma que la de hace seis décadas, firmada por el actor y director teatral Nicolas Bataille, amigo íntimo de Ionesco. No se ha tocado ni un pelo. Los mismos biombos verdosos, el mismo vestuario raído, la misma lámpara de mesilla, los mismos 17 latidos de reloj de péndulo....Todo aquí carece de lógica, el sentido del tiempo se diluye, todo huele deliciosamente a naftalina y cada noche, invariablemente, se agotan las entradas. Hay franceses, claro, pero sobre todo turistas extranjeros, italianos, japoneses, estadounidenses, británicos, españoles. Hay parejas de abuelos que vuelven cada cierto tiempo, se cogen de la mano cuando retumban los tres toques antes de descorrerse el telón, ríen con cada diálogo. Ionesco empezó a escribir La cantante calva hacia 1943, en Rumanía, y la remató en París. Se le ocurrió mientras estudiaba inglés con el método Assimil. Su intención era clara: desmontar los mecanismos y rutinas del uso del lenguaje, reírse de su uso y abuso y, partiendo de ahí, masacrar los convencionalismos puestos en marcha cada día a lo largo y ancho del mundo. Tres ingredientes, la angustia, la risa y el sinsentido para contar el meollo de la cuestión: la soledad del ser humano, la insignificancia de su existencia, cimientos del teatro del absurdo....
Borja Hermoso. París. El País, sábado 18 de febrero de 2017
No hay comentarios:
Publicar un comentario