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Cocteau por Picasso |
Preso por este magma luminoso y vacío de la época, al cabo oscuro, cae en mis manos un libro de poemas. Frente a un enorme ventanal, sobre el que se proyecta la melancolía de un invierno nuboso, me acomodo en el viejo sofá para perderme por sus palabras y sentir que encuentro respuestas para lo que ni sé si son preguntas. El libro es suculento. De color morado o rosa, no sé, la letra tiene una limpieza en el color zen de las páginas que agrada a la vista. Es una antología de poemas de Jean Cocteau que me sorprende no porque no supiera que el francés fuera poeta, sino porque la luminosidad de sus oficios, cineasta, novelista, dramaturgo, coreógrafo, libretista, ensayista... es tan deslumbrante que ahogaba la poesía. Pero Cocteau se sentía sobre todo poeta. El más desconocido y más célebre de su época, como escribió en su Journal d'un inconnu. Pero el siglo pasado comenzaba hambriento de neones y focos. Bajo ellos Cocteau era un dios. Por ellos sufrió el rencor o envidia de Breton, Éluard, Gide, Céline, Sartre... aunque también múltiples amores que llenarían estas páginas y entre los que hay que destacar a Picasso, brutal amigo para un poeta que tenía primacía dentro de su sangre creativa. El gran escritor sintió que el agua profunda de sus versos era enterrada por el esplendor de los escenarios....Leyéndolo tomo una luz que viaja más allá de las orillas de la muerte. En otro poemario, Leone, para mí el mejor, escribe que "un muerto sueña a los muertos que sueñan a los muertos". Noche enmascarada y luces de poemas. Las farolas comienzan a vivir. Respiran su oxígeno amarillo. La poesía de Cocteau va creciendo en complejidad y belleza. Bajo el flexo salta un verso de la antología (La mentira que siempre dice la verdad. Selección, traducción y prólogo de Jordi Corominas i Julián) que dice: "... poesía, mi amor". El verso se me mete en la cabeza como un gusano que busca neuronas con alma. Percibo que al fin puedo definir lo indefinible, que esas palabras armonizan más con mi confusión que tantos tratados que me dejan más confuso todavía. "Poesía, mi amor". Lo repito muchas veces. El casi coloquialismo se vuelve tan sublime como la última luz del cielo rojo de La Mancha o la primera de las farolas en la penumbra. Escribo en una página blanca. "Poesía, mi amor, abrázame en la bella soledad de este tiempo vacío y luminoso, ayúdame a encontrar dentro de mí el único corazón que me ama y que quizá todavía no he perdido".
Manuel Juliá. El Mundo, 12 de febrero de 2017
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