La sobreabundancia de "biopics" en el cine de prestigio contemporáneo sólo puede ser síntoma de lo poco que confiamos ya en la ficción. Para que algo sea real ahora ha de ser antes parte de la realidad misma. Y eso, aunque no lo parezca, es una muy mala noticia. Sólo la ficción da sentido a la realidad, que no al revés. Colette, en efecto, es una película biográfica. Y eso, nos pongamos como nos pongamos, molesta. Sin embargo, y sin que sirva de precedente, esta vez hay disculpa. El director Wash Westmoreland (que por primera vez firma solo y no junto a Richard Glatzer) se las arregla para reconstruir un universo alrededor de la protagonista lo suficientemente divertido, desprejuidiciado y tan lejos de este mundo que hoy pisamos que, por un momento, hasta parece mentira. Y eso, en contra de lo que se pueda pensar, es bueno. Mucho incluso. Estamos en el París de la "belle époque" y Keira Knightley se las arregla para ofrecer una interpretación tan delicada y precisa como a su vez extraña. Toda la cinta gira en torno a ella. Dominic West se limita a dar una réplica sonora y contundente. Y entre los dos aciertan a construir un arquetipo de libertad. De simple y pura libertad contra la impostura de de la realidad. Ésa es la clave. Pura ficción. Luego está el asunto del feminismo. Y aquí conviene andarse con cuidado. Hace tiempo que quedó demostrado que el consumo no tiene límites ni ofrece la posibilidad de ser negado. Cada vez que surge un movimiento contra el "establishment", este último se las arregla para confeccionar un producto a la venta. No es el caso de Colette que presenta los suficientes argumentos para no ser deglutida por lo obvio. Sea como sea, es "biopic", pero nadie lo diría. Y eso es bueno.
Luis Martínez. El Mundo, 12 de noviembre de 2018
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