martes, 27 de noviembre de 2018

París pese a todo

Tardó París en perder el lugar hegemónico del arte, un espacio físico y mental. Lo mantuvo por más de medio siglo entre una fatalidad armónica y un destino irremediable. Del impresionismo a las vanguardias históricas, el arte hizo nido como un aceite lento hasta que el mundo orbitó alrededor de la ciudad asistiendo a cómo el cerco libre de una cultura en ignición fue cayendo lentamente hasta el cerco triste de un sistema agotado. La Primera Guerra Mundial configuró el centro del mundo del arte que fue París. La II Guerra Mundial fue el principio del fin. Pocos sobrevivieron en primera línea a los dos espectáculos. 
El intento de recobrar lo perdido es la historia de una agonía. Incluso el de un robo. Así lo sostiene Serge Guilbaut, responsable de la exposición París pese a todo Artistas extranjeros 1944-1968, que el Museo Reina Sofía acoge hasta el próximo 22 de abril. No se trata de una nostalgia del París luciente, sino del itinerario de un París que habiendo sido moderno e internacional, intenta serlo de nuevo en el medio siglo del siglo XX. En muchos sentidos aquel afán de reconquista es un intento de continuidad de la tradición. La tradición de la École de París, una idea creada en 1925 por el crítico de arte André Warnod, dispuesto a proteger el arte de la capital francesa del virus del academicismo. Pero el mundo era ya otro. París había emanado una cultura, pero Nueva York (a partir de 1940) supo reunirla. Ese cambio de papeles geoestratégicos es lo que Guilbaut denomina "el robo". La apropiación indebida del destello del faro.
Pero si en Nueva York entraba en erupción el expresionismo abstracto, el minimalismo más tarde y el pop como consolidación de los nuevos modales burgueses, en París se da un nuevo intento de fibrilación. Numerosas oleadas de artistas volvieron a ocupar los bistrots. Viajaban con un afán de resol romántico para destrabar allí su identidad. La modernidad ya era otra cosa. El centinela de oro de aquella presunta verbena recobrada aún era el mitológico Picasso, resignificando de otro modo el arte desde el Salón de 1944...Artistas de América, Europa, África y Asia buscaban el grial de una gastada fatalidad armónica. En 1965 sumaban unos 4.500 artistas, hombres y mujeres.Eu 1964 se publica París era una fiesta. El jazz volvía a galopar por los tugurios. Los artistas rechazaban el discurso unitario del pasado y los conflictos ardían en todas las direcciones.
Más de 200 piezas hilvanan el sentido caleidoscópico de la exposición. La nueva cohesión es la diversidad. Sam Francis, Erró, Claire Falkenstein, Ida Karskaya, Mohamed Khadda, Jean Tinguely, María Helena Vieira da Silva, Zao Wou-ki, Pablo Palazuelo, Roberto Matta, Rufino Tamayo, Eduardo Arroyo, Ed Clark, Nancy Spero, Carmen Herrera, Asger Jorn, Karel Appel, Larry Rivers, Sempere... Eran una fuerza motriz que aquí se presentan  con una perspectiva ajena a  la vocación redentora  que sí impulsaban algunos críticos del ancien régime de los días de gloria...
En 1964 comenzó a decaer la fiesta... La Escuela de París pasa a ser prehistoria antes que historia. Es la otra Guerra Fría. La agotada ciudad del antiguo linaje de la gloria.
Antonio Lucas. El Mundo, domingo 25 de noviembre de 2018

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