Más allá de que convenga ir a la sala bien saciado para que los jugos gástricos no se alteren, Una receta familiar va mucho más allá de otra cinta de fogones y gastronomía para quedar lucida y ganarse al espectador, que unos platos bien preparados dan planos muy chulos y ocultan otras carencias. El realizador de Singapur Eric Khoo (1965), quizá el más internacional de sus autores, prefiere usar la cocina como coartada para otras lecturas, no tan agradables porque el fondo de la peripecia del protagonista es otro. El joven Masato viaja de Japón a Singapur para reencontrarse con la familia de su madre difunta, y al tiempo aprender los secretos de su plato típico, el bak kut teh. Ya es un experto en su equivalente japonés, el ramen, que aprendió de su padre. Pero, al mismo tiempo, el guión, que no firma Khoo, escarba en una herida que todavía supura entre las viejas generaciones, la invasión de las islas por tropas japonesas entre 1941 y 1942, y la masacre consiguiente, y por lo que, según el propio director, todavía Japón no ha perdido perdón.
Hay, entonces, más allá de la búsqueda de sus raíces por parte de Masato y de aprenderse los platos malasios que su madre le dejó en un cuaderno cuando todavía era un niño, sin duda un acto de amor, y está también el tema del perdón, de la culpa, y finalmente, la reconciliación. Aquella boda de una singapurense con un japonés fue repudiada por una abuela a la que nunca conoció, pero todavía sigue via. Es el nieto indeseado...Con todo, la apuesta huye de la critud y adopta un tono amable. El protagonista va hilvanando su nostalgia de un tiempo pasado sobre breves flashbacks vinculados a las fotos que se lleva con él, intentando reconstruir su propia memoria, cuando él y sus padres eran felices...
Miguel Anxo Fernández. La Voz de Galicia, lunes 5 de noviembre de 2018
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