Colette, en 1906/ GETTY |
Per no solo había intención en Colette, y esto lo entendió Francia a la larga -fue la primera mujer admitida en la Academia Goncourt-; había sobre todo calidad literaria y un absoluto conocimiento de la cadencia y belleza de las palabras. Hizo algo más: describió con potencia y sabiduría el anhelo de todos -no sólo féminas- de ser amado, pero también los desvelos que ocasiona el amor, la angustia de la soledad y la sensación de abandono que, en ocasiones -si no siempre- acarrea el desvarío sentimental. Si algo se debe agradece a Colette es su valentía...
Natural es que a día de hoy, el cine atienda las andanzas de esta mujer, pues en verdad parecen de una feminista que crece entre el siglo XX y el XXI. Ese es el hito: ella lo hizo 100 años antes y ya no importa si la suya es literatura femenina, de mujeres o feminista. Las tres vertientes han tenido una crítica permanente a lo largo de la historia de la literatura: estar escritas desde la propia vida pero, ¿quién se atrevería ahora a decir que la vida de Colette no fue interesante?
Aprendió a leer enseñada por su madre -lectora empedernida-antes de cumplir los tres años, y empezó con los autores preferidos de su progenitora: Eugène Labiche, Alphonse Daudet y Víctor Hugo, aunque desde los siete años, según afirmaba, su autor preferido era Balzac. Mantenía con Marcel Proust una intensa correspondencia y de ella dijo el poeta Guillaume Apollinaire -en La literatura femenina, de 1909- que "Colette es un arcano cuyo estudio resulta inalcanzable a la mayoría de nuestros contemporáneos. Se encuentran bellezas de primer orden que no son más que conmovedores escalofríos de la carne".
Rebeca Yanke. El Mundo, lunes 12 de noviembre de 2018
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