sábado, 15 de junio de 2019

Bélgica reescribe su pasado

"Todo pasa, salvo el pasado". Esta inscripción en varios idiomas adorna las paredes en la entrada del Museo Real de África Central (MRAC) en Bruselas. De un pasado efectivamente ineludible por polémico trata esta institución que, a la venerable edad de 120 años, ha emprendido un espectacular lifting ideológico propagandista durante decenios de colonialismo belga en la que hoy es la República Democrática del Congo, Ruanda y Burundi, el museo ha pasado a ser su crítico implacable. Ingente desafío:¿puede el país ayer colonizador (¡y qué colonización más terrible la del Congo!) ofrecer con el tiempo una visión ecuánime de esta época?
El Museo Real de África en Bruselas
El MRAC ha recogido el guante. Quizás no tenía otro remedio: alcanzado de lleno por las polémicas recurrentes en Bélgica y fuera, sobre el pasado colonial, la institución cerró temporalmente las puertas en 2013 para revisar sus planteamientos. Dedicó a ello nada menos que cinco años, antes de reabrir en diciembre pasado tras un gran aggiornamento.
Antes de adentrarnos por sus pasillos, que albergan la mayor exposición cultural africana en Europa (y tal vez en el mundo), volvamos un instante hacia atrás para medir la distancia abismal recorrida. Estamos en 1897 y Bruselas estrena con gran pompa su Expo universal. El rey Leopoldo II quiere aprovechar la oportunidad para exhibir ante el mundo las posesiones africanas que ha ido acumulando desde el final de 1870 gracias a la ayuda del explorador  a su servicio Henry Morton Stanley (del que se muestran en el MRAC varios objetos personales, incluso su neceser). El monarca levanta un bonito palacio situado en unos jardines versallescos, hoy todavía la sede del MRCA, y reúne allí múltiples objetos que funcionarios, sacerdotes, militares, comerciantes han ido sustrayendo al Congo. De paso el rey  trae para la expo 267 africanos, incluyendo a unos pigmeos para ser expuestos  como en un zoológico humano (el público les arrojaba comida).
Ese era el contexto de la época. Y sobrevivió durante bastante tiempo: hasta no hace mucho, los libros escolares todavía invitaban a los niños belgas a admirar "la generosidad" de Leopoldo II al ceder finalmente a su país, en 1908, una posesión africana 80 veces mayor que Bélgica y que constituía hasta entonces su proìedad personal (lo hizo en realidad, se recuerda en el museo, por la quiebra económica de la colonia y las denuncias mundiales sobre los malos tratos sufridos por sus habitantes). Todavía subsisten en el MARC algunos vestigios de la mentalidad de esta época. Como en la llamada Gran Rotonda, rodeada de grandes esculturas que representan a belgas apuestos y altos aportando a los "nativos"congoleños más bajitos y con caras sumisas pero felices, "el bienestar", la "civilización" o "la seguridad". Si no se ha podido hacer desaparecer  estos testimonios modestos del pasado al estar legalmente protegidos, se ha procurado equilibrar el conjunto añadiendo en el centro de la rotonda una escultura de un artista congoleño  contemporáneo, Aimé Mapné, titulada Nuevo aliento o el Cogo en ciernes.
Thierry Maliniak. El Viajero. El País, viernes 7 de junio de 2019                                                                                                                                                                                                                                                                      

No hay comentarios:

Publicar un comentario