Coinciden en París dos interesantes exposiciones que arrojan luz sobre dos de las artistas más rompedoras de finales del siglo XIX y del primer cuarto del siglo XX: la de la fundadora del impresionismo Berthe Morisot y la cubista todoterreno Marie Vassilieff. Ambas forman parte de una operación característica de la atmósfera cultural de nuestro presente que es el rescate de figuras que fueron ninguneadas por el discurso hegemónico por el hecho de ser mujeres, por pertenecer a minorías o por vivir al margen de los círculos académicos. Conocer de cerca a estas dos artistas nos permitirá reflexionar sobre el tipo de relato que reconstruye hoy sus vidas.
Comenzamos por Berthe Morisot, cuya exposición en el Musée d'Orsay que se inaugura el próximo martes promete ser una auténtica delicia. Morisot es conocida en España por una completa muestra que realizó el Museo Thyssen-Bornemisza en 2011. En París volveremos a tener la oportunidad de disfrutar de su obra íntima y fiel a la sociedad que le tocó vivir como mujer. Berthe Morisot (184-1895) nació en el seno de una familia de la alta burguesía francesa y muy pronto demostró una fuerte inclinación por las artes y la música. Estos intereses serían alimentados por sus padres, quienes permitieron que Bethe tomase clases privadas de pintura y acudiese con frecuencia al Louvre a copiar los modelos clásicos que expone el museo. Allí es donde conoció a Édouard Manet, uno de esos grandes nombres que sí está inscrito con letras de oro en la historia del arte. Manet y ella establecieron una intensa relación intelectual y de compañerismo que duró toda la vida.
En 1874 era una de las artista que se reunían con Renoir, Pissarro, Sisley, Degas o Cézanne en el Café Guerbois para tramar la exposición que inaugurarían el 15 de abril de ese mismo año. Este evento histórico fue la primera exposición impresionista... El hecho de que sea mucho menos conocida que sus amigos Monet, Degas o Renoir a pesar de ser una de las integrantes más renovadoras del grupo se enarbola como una razón potente y de gusto revanchista. Pero la obra de Morisot, más allá de consideraciones de contexto es extraordinaria para explorar diversas temáticas propias de finales del XIX, entre ellas la intimidad de la vida burguesa en choque frontal con una sociedad en proceso de modernización.
Morisot pintaba sola y esto hizo que desarrollara un estilo ajeno al grupo artístico masculino. Su libertad derivaría en una especie de pintura melancólica y meditativa única. Tan única que Morisot, desde su siglo XIX abraza a veces la pura abstracción.
Pese a su enorme valía como artista, hablar de Morisot sigue equivaliendo a insistir en sus relaciones con su grupo y con su caída en el olvido. Un caso muy parecido lo encarna Marie Vassilieff, la otra creadora que comparte exposición estos días en París...
Mery Cuesta. El Mundo, 16 de junio de 2019.
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