La Europa de los ciudadanos |
A diferencia de nuestros enfrentamientos y aparentes incompatibilidades en cuestiones políticas, la cultura europea siempre ha sido una realidad común. Ninguna persona sería considerada culta si solo leyese a sus escritores locales o solo escuchase a músicos de su país: Shakespeare, Dante, Velázquez, Mozart, Voltaire, Kierkegaard o Kant forman parte de un patrimonio que compartimos y todos consideramos como propio. Se ha visto hace pocas semanas en la reacción popular de europeos de todos los países ante el incendio de Notre Dame. La catedral parisiense es efectivamente nôtre, nuestra, de todos: la emoción que sentimos al creer perderla no fue simplemente algo estético o religioso sino el dolor de sentir dañada nuestra propia identidad, lo que somos. Seguro que hubiese habido una aflicción semejante si el desastre hubiese ocurrido, por ejemplo, en Venecia. Es cierto que esa continuidad cultural no la sentimos más que respecto a ciertos grandes creadores o algunos lugares emblemáticos...
Fue Voltaire, si no me equivoco, el primero que proclamo a Europa "un país compuesto de naciones". Y en el siglo XX varias voces distinguidas han coincidido en recordarnos que "toda guerra entre europeos es una guerra civil". Cuando se habla de la Unión, que desde hace décadas tratamos de formalizar y depurar, unos hablan con desdén de la Europa de los comerciantes, otros con respecto de la Europa de los Estados democráticos, algunos con un entusiasmo un poco demagógico de la Europa de los pueblos. Pertenezco al grupo de los que -sin menospreciar a los comerciantes, a los Estados y a los pueblos- quieren una Europa de los ciudadanos. En los inicios de la Unión, se entendía que el objetivo a conseguir era una ciudadanía europea, que no sustituyera a las ciudadanías nacionales de los países miembros sino que la complementase a un nivel superior...
Fernando Savater. El País, miércoles 22 de mayo de 2019
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