domingo, 2 de junio de 2019

La Europa necesaria

La Europa de los ciudadanos
El filósofo francés Clément Rosset, recientemente desaparecido, centró su reflexión en hablar de lo real como lo más evidente e inevitable pero también lo que la mayoría de los pensadores, de Platón en adelante, se han negado a considerar como tal, prefiriendo perseguir la pista de sus dobles y réplicas ficticias que nos impiden tomarlo en cuenta sin desvíos. Si existe un ejemplo geopolítico de lo real como algo inocultable pero a la vez insoportable, que tratamos de duplicar institucionalmente para alejarlo de nosotros y así "verlo mejor", como dijo el lobo a Caperucita, es sin duda Europa. Porque en este siglo hiperconectado, en el que las ambiciones, los proyectos, los pánicos y hasta los rencores ligan necesariamente los países de nuestro continente, el reconocimiento políticamente consecuente de la realidad europea parece más difícil y complejo que nunca. En esa duplicación burocrática de Europa que es la Unión instalada en Bruselas, siempre ha habido una lunatic fringe parlamentaria de miembros que se negaban a ver lo real y proclamaban fantasmas alternativos para evitar europeizar en serio. Pero eran una minoría en el conjunto de las instituciones comunes...
A diferencia de nuestros enfrentamientos y aparentes incompatibilidades en cuestiones políticas, la cultura europea siempre ha sido una realidad común. Ninguna persona sería considerada culta si solo leyese a sus escritores locales o solo escuchase a músicos de su país: Shakespeare, Dante, Velázquez, Mozart, Voltaire, Kierkegaard o Kant forman parte de un patrimonio que compartimos y todos consideramos como propio. Se ha visto hace pocas semanas en la reacción popular  de europeos de todos los países  ante el incendio de Notre Dame. La catedral parisiense es efectivamente nôtre, nuestra, de todos: la emoción que sentimos al creer perderla no fue simplemente algo estético o religioso sino el dolor de sentir dañada nuestra propia identidad, lo que somos. Seguro que hubiese habido una aflicción semejante si el desastre hubiese ocurrido, por ejemplo, en Venecia. Es cierto que esa continuidad cultural no la sentimos más que respecto a ciertos grandes creadores o algunos lugares emblemáticos...
Fue Voltaire, si no me equivoco, el primero que proclamo a Europa "un país compuesto de naciones". Y en el siglo XX varias voces distinguidas han coincidido en recordarnos que "toda guerra entre europeos es una guerra civil". Cuando se habla de la Unión, que desde hace décadas tratamos de formalizar y depurar, unos hablan con desdén de la Europa de los comerciantes, otros con respecto de la Europa de los Estados democráticos, algunos con un entusiasmo un poco demagógico de la Europa de los pueblos. Pertenezco al grupo de los que -sin menospreciar a los comerciantes, a los Estados y a los pueblos- quieren una Europa de los ciudadanos. En los inicios de la Unión, se entendía que el objetivo a conseguir era una ciudadanía europea, que no sustituyera  a las ciudadanías nacionales de los países miembros sino que la complementase a un nivel superior...
Fernando Savater. El País, miércoles 22 de mayo de 2019

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