viernes, 7 de junio de 2019

La Academia Jaroussky en París

Marine Chagnon
Estos días de inmersión en la Academia Jaroussky en París arrancan con una divertida casualidad. Al entrar en la sala de ensayos donde el contratenor está dando clases, su alumna Marine Chagnon, prometedora mezzo, desgrana el bolero de Saint-Saëns El desdichado, ejemplo de la fijación de los compositores franceses decimonónicos por la postal de España apasionada y racial. "Qué curioso que justo hayas llegado ahora. Es la única pieza en español que vamos a trabajar hoy". Lo dice, a su vez, en un español que maneja con cantarina soltura. "Dinos por favor si suena auténtico y bien articulado", pide antes de retomar la lección. Es media mañana y le queda por delante una larga jornada por la que desfilarán, por esa misma sala, una serie de jóvenes  con voces superdotadas. Él intenta dosificarlas para que no se rompan antes de tiempo y potenciar su carácter único. Es una maratón en la que se vacía: gesticula sin parar, canta con ellos para ejemplificar sus instrucciones, toca a veces el piano de acompañamiento, coge sus caras para colocar en la posición adecuada la boca, ríe y, al mismo tiempo, exige mucho. El buen rollo reinante en el aula no está reñido con la búsqueda de la excelencia.
Jaroussky (Maisons-Laffitte, 1977), a pesar de su endemoniada agenda de conciertos, óperas e incluso películas (en un par de días vuelta a Praga para rodar una sobre los castrati ), no contemporiza en este proyecto que puso en marcha hace un par de años y que ha cogido vuelo rápido, financiado al alimón por instituciones públicas y por firmas como Crédit Mutuel, Orange, Yamaha... Tiene su sede en la Seine Musicale, un imponente complejo de edificios situado a orillas del Sena, en las afueras de París, que incluye un gran auditorio en forma de bola de cristal. En esta magnífica infraestructura consagrada a la música acoge dos grupos de 25 estudiantes: el de los jeunes talents, que no son sólo cantantes sino también pianistas, chelistas, violinistas (estos en manos de otros profesores especializados), y el de los niños de 7 a 12 años procedentes de familias con escasos recursos.
P.- ¿Qué le empujó a fundar la academia?
R.- Precisamente, democratizar el acceso a la música. Aquí los alumnos pagan una cantidad simbólica de unos 20 euros por todo el curso . Muchos jóvenes renuncian a su vocación porque no tienen dinero para pagarla. Es una pena porque a mí la música me cambió la vida. Pero yo recuerdo que cuando estudiaba violín y piano tuve algunas dificultades. Las partituras, los instrumentos, las clases...Todo eso es muy caro. Conseguí costearme los gastos dando clases de piano, que es una buena manera porque cuando pagas algo de tu bolsillo lo valoras más...
Alberto Ojeda. El Cultural, 17-5-2019

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