lunes, 6 de julio de 2020

Matthias & Maxime

Xavier Dolan y Gabriel D'Almeida Freitas
A estas alturas quizá se pueda decir que Xavier Dolan es el cineasta reputado del mundo con menos grandes películas. Es posible que solo una la magnífica Laurence Anyways, del año 2012. El resto con chispazos de genio, desiguales, rotundas, cargantes, redundantes, atractivas, decepcionantes. Tiene apenas 31 años, ocho largos en una década de trabajo y en el futuro hará hermosas y redondas obras de arte, pero su filmografía no para de crecer y cada nuevo eslabón sigue siendo un casi de manual. O algo peor. El último, Matthias & Maxime, acercamiento un tanto superficial al arquetipo de relación de amistad, y amor y deseo ocultos, entre dos amigos de la infancia, uno de ellos heterosexual de cara la galería.
Con Dolan siempre cabe la pregunta de si no es mejor un momento sublime en una película irregular que un cúmulo de trabajos de perfecto modelaje pero fríos y perecederos. Y en esa duda se muestra este crítico, que tuvo el inolvidable privilegio de vivir en directo el instante del ya mítico cambio de formato de Mommy, inspiración que logró arrancar un aplauso espontáneo de la platea de especialistas  en el Festival de Cannes de 2014 en medio de la proyección. Eso sí, antes de volver a sus griteríos exacerbados entre madres delirantes e hijos masacrados, tan típicos y reiterativos en sus relatos, Y a los que vuelve también en los peores pasajes de Matthías & Maxime, que poco o nada aportan al núcleo de la historia de amor entre los amigos, muy bien interpretados  por Gabriel D'Almeida Freitas y el propio Dolan, excelente actor.
Hay como siempre en el joven director canadiense, bellísimas imágenes, un interesante tratamiento de la luz y preciosos repertorios musicales. Pero también inexplicables detalles de puesta en escena indignos de alguien de su valía, cuatro veces galardonado en Cannes, con Yo maté a mi madre, Los amores imaginarios, Mommy y la notable Solo en el fin del mundo. Y el mejor ejemplo son esos horrendos reencuadres con el zoom, hacia dentro y hacia fuera, recurso de mala serie de televisión de los inicios de este siglo, o la infantil actitud desplegada por sus treintañeros personajes, capaces de pelearse a voces y a tortas en una ingenua celebración de amigos, en un momento paradigmático del cine de Dolan. Sobre todo porque no queda claro que esté criticando su inmadurez, cuando es tan explícito en su diatriba contra la siguiente generación, la de la veintena: "24.000 dólares al año en una escuela de cine para que hable como una pija y haga fotos del desayuno".
Seguro que en ciertos ámbitos occidentales existen aún estos conflictos sobre la no asunción del deseo homosexual a estas edades, pero en el cine parece una película ya superada, como si llegara tarde en el tiempo y en la hondura.

Javier Ocaña. El País, 19 de junio de 2020

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