sábado, 19 de septiembre de 2020

La Gioconda en petit comité

Foto: Reuters

Escuchar francés y no inglés, chino o ruso en la Torre Eiffel suena raro. O en el Arco del Triunfo. ¡Hasta en el Louvre! Más extraño aún es visitar estos monumentos icónicos de París tranquilamente, sin empujones ni codazos, sin cámaras de móvil impidiendo ver lo que se ha ido a ver. Sin tener, en fin, que planear con meses de antelación la visita y hacer reservas para horarios imposibles. La epidemia del coronavirus es un desastre para el sector turístico de la ciudad habitualmente más visitada del mundo. Pero para quienes pueden o tienen que quedarse este verano, o para los escasos turistas, sobre todo nacionales, que llegan hasta la Ciudad de la Luz, constituye una oportunidad única de descubrir un París cuya magia suele diluirse entre multitudes que desbordan sus abarrotadas calles.

Como tantos franceses Bruno y Nedelec han decidido quedarse este año en el país. Residentes en Cannes, la playa no era lo que más les apetecía, así que han aprovechado para volver a ver París. "Es el momento ideal", dice Bruno mientras se coloca en la cola para entrar en el Louvre. Aunque a las 9 de la mañana ya hay una larga fila, ésta se mueve rápido y dista mucho de las kilométricas esperas habituales. "Qué raro no ver japoneses ni estadounidenses", comenta. Apenas veinte minutos más tarde, se pierden en unos pasillos que por una vez no parecen la hora punta del metro en vez del museo más famoso del mundo.

Desde que reabrió tras el confinamiento, el 6 de julio, la pinacoteca ha recibido 200.000 visitantes, 10.000 diarios, más de la mitad de ellos franceses, según cifras propias. Suena a mucho, pero son solo la cuarta parte de los del año pasado. En 2018, el museo celebraba el récord de 19,2 millones de visitas.

La prueba definitiva de que este verano es todo distinto está en la primera planta, en la sala de los pintores italianos, donde espera el cuadro más visitado, la Mona Lisa  de Leonardo. Normalmente hay que acercarse mucho y esperar aún más para poder atisbar apenas fugazmente, entre centenares de manos alzadas con móviles (¿cuándo se prohibirá hacer fotos en los museos? ), el pequeño retrato de Lisa Gherardini con su misteriosa sonrisa y esa mirada que parece perseguirlo a uno por toda la sala repleta de otras pinturas magníficas de coetáneos - ahí están obras de Tiziano, Tintoretto o El Veronés-, a menudo ignorados por quienes solo vienen a hacerse un selfi ante la ultrafamosa Gioconda. Eso no ha cambiado. Pocos de los que este agosto tienen el lujo de poder contemplar  por una vez a sus anchas las magníficas obras del Louvre se paran a mirar unos segundos siquiera el cuadro que los ha llevado a hacer otra -ahora breve- cola interior.. Para qué, ya habrá tiempo si acaso cuando se publique en las redes el selfi que demuestra que se estuvo ahí, aunque ese ahí importe menos que el haber estado...

Silvia Ayuso. París. El País, lunes 10 de agosto de 2020.

No hay comentarios:

Publicar un comentario