viernes, 25 de septiembre de 2020

La voz de Juliette Gréco se apaga

 Todo un mundo ya muy lejano, una época remota pero luminosa en la memoria y los librosdehistoria desaparece. Juliette Gréco fue una leyenda de la canción francesa. Y mucho más. Una imagen de Francia y de su cultura y modernidad. Una mujer libre que convivió, cantó, actuó y se divirtió con Sartre y Camus, con Duke Ellington y Mile Davis, con Georges Brassens y con Jacques Brel. Un monumento de otro siglo que siguió al pie del cañón hasta pocos años antes del final, una vida por la que pasaron las desgracias y los instantes brillantes del siglo XX. 

"Juliette Gréco se ha apagado este miércoles, 23 de septiembre de 2020, rodeada de los suyos en su tan amada casa de Ramatuelle. Tuvo una vida fuera de lo común", declaró su familia en un comunicado remitido a la agencia France Presse. "A los 89 años todavía hacía irradiar la canción francesa", añadía la nota, en referencia a su último concierto, en 2016, cuando interrumpió su carrera tras sufrir un ictus y perder a su hija única, Laurence-Marie.

La llamaban la musa de Saint-Germain-des-Près, por el barrio parisiense donde al final de la II Guerra Mundial se congregó una densidad de intelectuales y artistas por metro cuadrado que seguramente nunca más haya existido en ningún otro lugar. También la llamaban la musa de los existencialistas, por el grupo de pensadores, encabezado por sus amigos Sartre y Merleau-Ponty, que daban el tono literario y filosófico de aquella época, y no solo en Saint-Germain-des-Près, en toda Francia, en Europa, en el mundo.

Pero estos calificativos, que la reducen a un papel de inspiradora, no le hacen justicia. Juliette Gréco, nacida el 7 de febrero de 1927 en Montpellier, fue una protagonista en aquel círculo, uno de los grandes nombres de la chanson, la eterna canción francesa que quizá fue el último movimiento musical global antes de la irrupción del rock and roll y fuera de las modas procedentes del Reino Unido y Estados Unidos, unas canciones y unas letras que se escuchaban desde la sórdida España de la posguerra -"arisca, vil y bella canción francesa de mi juventud", cantó el poeta Jaime Gil de Biedma- a los cenáculos de los intelectuales neoyorquinos, cuando París todavía era para muchos el centro del universo...

Tras la Liberación,-París y Saint-Germain-des-Près- quizá no eran exactamente una fiesta, pero para una joven con talento y ansias de libertad, aunque fuese pobre, había pocos lugares mejores. Las calles y los cafés, los tugurios y las cavas de jazz, los teatros: Gréco se sumergió en aquella efervescencia creativa.. Cantó a los poetas de su tiempo: Aragon, Éluard, Brel. Pisó los escenarios de América. Rodó con Jean-Pierre Melville, con Jean Renoir y en Hollywood. Era una imagen de París, de Francia, con canciones memorables: Jolie Môme, Sous le ciel de París y Déshabillez-moi, sus versiones de Brassens, de Gainsbourg. "58 kilos, 1,65 metros, ¿ningún signo particular? Sí, siempre vestida de negro", la describió Boris Vian.

Infatigable, no paró hasta casi el final. "Lo echo tanto de menos. Mi razón de vivir es cantar", dijo en una revista reciente al semanario Télérama después de dejar los escenarios. "Cantar lo es todo: el cuerpo, el instinto, la cabeza".

Marc Bassetts. Paris. El País, jueves 24 de septiembre de 2020.


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