jueves, 4 de marzo de 2021

Bailad, bailad, malditas

Hospital de La Salpêtrière
Hubo una vez en la que un burgués parisino acostumbrado a ir a la ópera y al teatro, a disfrutar de copiosos almuerzos en todo tipo de distinguidos cafés, podía invitar a su prometida a salir a bailar a un hospital. Él y ella se vestirían como lo harían para asistir a cualquier otro espectáculo y, llegado el momento cruzarían las puertas de la Pitié-Salpêtrière, un reconocido psiquiátrico en el que padres y maridos internaban a mujeres e hijas que no eran exactamente como se esperaban -demasiado melancólicas, demasiado malhumoradas, demasiado independientes; en todo caso nada sumisas-, y se mezclarían entre el gentío. Sería siempre una noche de marzo, una noche de la Media Cuaresma, y entre el gentío no habría únicamente parejas de burgueses burlones -porque a eso iban, a burlarse- sino también internas, a quienes se impelía a disfrazarse, a aparecer grotescas caricaturas de sí mismas, animales salvajes sabiamente domesticados por la incipiente psiquiatría de la época. 

Estamos hablando de finales del siglo XIX y principios del XX. Aunque la práctica se extendió hasta mediados e incluso finales de este último en lo que se refiere a  la posibilidad de que si no eras la clase de mujer que se esperaba que fueses, alguien te internase calificándote de histérica...

Escudándose también en la ficción o, mejor dicho, permitiendo que esta la lleve tan lejos como sea posible, Victoria Mas (Le Chesnay, Francia, 34 años) sí apunta y dispara en El baile de las locas (Salamandra) contra la misoginia del momento. Y también contra la inhumanidad de una sociedad que no solo negaba cualquier potestad sobre su propio cuerpo -y mente- a la mujer sino que se jactaba de ello invitándose a sí misma a participar en la fiesta. El hospital, que Mas describe como "una ciudad dentro de una ciudad", fue concebido como cárcel. Lo ordenó construir Luis XVI en el siglo XVIII. Lo que quería era quitar de las calles a los vagabundos que, en su opinión, ensuciaban la ciudad. Luego añadió a las señoras pobres. "Era un centro de internamiento de condiciones sanitarias francamente deplorables", cuenta la propia Mas. Por esa época, "había en el centro unos 18.000 internos", añade la escritora. Hombres, mujeres y niños.

La cosa cambió a lo largo del siglo XIX. "Se empezó a desmontar la estructura carcelaria. No se puede decir que haya un momento concreto en el que La Salpêtrière dejara de ser una cárcel para convertirse en un hospital, porque ocurrió de forma paulatina. Empezó a ocuparse de mujeres con trastornos psíquicos o simplemente de carácter rebelde. Algo que quedó consolidado por completo a principios del siglo XX", relata la escritora. El centro era, por supuesto, un laboratorio de pruebas para todo tipo de neurólogos y aspirantes a psiquiatría. Hasta el propio Sigmund Freud pasó una temporada visitándolo a diario y tomando notas en sus cuadernos. Podría haberse topado allí, y tal vez lo hizo, con alguien como Eugénie, una de las cuatro protagonistas de la novela de Mas. Una chica que a la que simplemente el mundo que le rodea le interesa más de lo que debería, en opinión de su padre. Y que encima cree poder hablar con los muertos...

Laura Fernández. Babelia. El País, 12 de febrero de 2021.

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