domingo, 28 de marzo de 2021

El maestro de cine a escala humana

Bertrand Tavernier (Franco Origlia /Getty images)

El director francés Bertrand Tavernier, maestro de un cine a escala humana que siempre se mantuvo pegado a la realidad social, falleció ayer a los 79 años, según anunció el Instituto Lumière, que presidía en Lyon, su ciudad natal, desde 1982. El centro no informó de las causas de su muerte. Tavernier firmó películas comprometidas con las causas justas, aunque también partidarias de la licencia poética. Fue u gran defensor del legado de Dumas, Zola y Victor Hugo, una admirador incondicional del jazz estadounidense y de la buena mesa, y un militante que combatió por la excepción cultural, pr la causa de los sin papeles y de las deprimidas banlieues, y contra una tentación extremista que, décadas después de llegar al mundo en plena guerra mundial, veía regresar, con inmenso pesar, en todo el continente europeo.

Tavernier fue una de las grandes figuras, junto a André Téchiné o Jacques Doillon, de la generación de cineastas que surgieron justo después de la nouvelle vague. No se caracterizó por el mismo rupturismo que sus mayores, salvo en su voluntad de evitar cierta tendencia al solipsismo y de restaurar el relato tradicional y el registro realista como formas cinematográficas válidas y estimulantes. El director asumía como propia una cita célebre de Samuel Fuller, esa que reza que las películas deben surgir de los enfados, de esos brotes de cólera en los que este hombre de silueta pesarosa parecía un especialista, como sabe cualquiera que se cruzara con él en su larga trayectoria. A menudo, a su obra se le colgó la socorrida etiqueta de cine social, que a Tavernier no le convencía del todo. "Nunca he trabajado a partir de problemáticas sociales, sino de personajes. Una situación social nunca puede ser el tema de una película", aseguró una vez.

En Francia, tras el período glorioso que vivió en los ochenta y noventa, con títulos como La muerte en directo (1980), Un domingo en el campo (1984), Alrededor de la medianoche 81986), La vida y nada más (1989), Ley 627 (1992), La hija d'Artagnan (1994), La carnaza (1995), Capitán Conan (1996) y Hoy empieza todo (1999), Tavernier quedó algo arrinconado, poco conectado con las tendencias en boga, más respetado que celebrado. Tal vez más querido fuera de su país que dentro, como él admitía con media sonrisa. "No puedo negar que la primera gran recompensa que recibo procede del extranjero, pero tampoco diría que Francia me ha tratado mal. Por ejemplo he ganado cuatro César. Conozco a cineastas a los que se aprecia todavía menos", ironizaba en la Mostra de Venecia en 2015, donde recibió un premio honorífico, el primero y el último de un gran festival. "Lo que cuenta es que siempre he rodado las películas que quería hacer y que lo he hecho con total libertad. De algunas de ellas me siento orgulloso. Cuando a los 13 años me dije que quería ser director de cine, nunca imaginé que tendría una vida tan extraordinaria", añadió entonces.

Tavernier nació en 1941 en  Lyon, ciudad de cultura burguesa y católica que caló profundamente en su filmografía. Su padre fue el poeta René Tavernier, figura de la Resistencia Francesa, que nunca aceptó su vocación por el cine y con el que se enemistó a los veintipocos, cuando el hijo rebelde se negó a estudiar Derecho. 

De ahí surgió uno de los hilos conductores de su obra, tan marcada por las rupturas, seguidas de una reconciliación opcional. Tras estudiar en la Sorbona y fundar el cineclub Nickelodéon, con el que se dedicó a rehabilitar el cine estadounidense de los cuarenta y cincuenta, algo caído en desgracia, su carrera como director arrancó cuando el actor Philippe Noiret, que acababa de rodar con grandes cineastas como Louis Malle, Marco Ferreri o incluso Alfred Hitchcock, aceptó protagonizar, contra la negativa de su agente, el primer largometraje de Tavernier, El relojero de Saint-Paul (1974), una adaptación de Georges Simenon que había firmado a los 29 años.

En las últimas décadas, Tavernier se centró en su segunda gran vocación: la de gran estudioso del cine. En 1991, esta enciclopedia andante del séptimo arte confirmó con Jean-Pierre Coursodon un volumen de referencia, 50 años de cine norteamericano, seguido, en 1993, del libro Amis américains, que reunía sus entrevistas con maestros como John Ford, Elia Kazan, Jacques Tourneur, John Houston o Robert Altman. 

En 2016 dirigió Las películas de mi vida, un monumental viaje por el cine francés de la segunda mitad del siglo XX, que se terminaría convirtiendo en su testamento cinematográfico, un desenlace coherente para la vida de un hombre  que amó el cine por encima de todas las cosas.

Álex Vicente. París. El País, viernes 26 de marzo de 2021

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