sábado, 27 de marzo de 2021

Una casa en la campiña francesa cerca de Tours

Después del fenómeno editorial que supuso la publicación de La elegancia del erizo. Muriel Barbery decidió cambiar de vida. Dejó Francia y se instaló durante dos años, 2008 y 2009, en Japón. Primero fue becada para una residencia literaria en la Villa Kuyoma y luego se quedó en Kioto. "El éxito llegó en un momento en el que tenía sueños de viaje y deseos que el libro me permitió cumplir. No fue abrumador; al contrario, me liberó de lo que no quería hacer y me abrió otra puerta", explica. Esa fama repentina le sobrevino cerca de los cuarenta años y le sirvió para dejar la docencia -hasta entonces había sido profesora de filosofía-, recorrer mundo y dedicarse de lleno a la escritura.

En las novelas que siguieron a La elegancia del erizo -La vida de los elfos en 2015 y Un país extraño en 2019- Barbery exploró otras dimensiones, habló de seres sobrenaturales y ahora, con el lanzamiento de Una rosa sola ( Seix Barral), ha dejado esos mundos para volver a la realidad y viajar, por fin, a Japón. "Durante 10 años fui incapaz de escribir sobre Kioto. Había tomado notas pero no conseguí escribir sobre la ciudad, para mí era imposible, no podía imaginar una historia allí", explica tímida pero sonriente a través de Zoom. Habla desde la casa en la que vive desde hace un año, situada en una zona del centro de Francia cercana a Tours. Afirma que desde que volvió a su país en 2015 -después de Japón pasó un tiempo en los Países Bajos -tenía claro que necesitaba regresar al campo. "Significaba volver a mi vida de la infancia, con árboles, ríos, bosques, un tipo de soledad familiar... Fuera está la campiña, es la Francia típica de las fotos de viñedos, y en el interior están todos los objetos que me traje de Kioto, se nota el gozo que siento al rodearme de elementos propios de Japón y de mis viajes por Asia, y eso se mezcla con mi vida occidental", subraya. Rose, la protagonista de su nueva obra, es una francesa de 40 años que también siente ese deslumbramiento al llegar al país nipón, y como la propia Barbery, toma un rumbo nuevo en su vida. "Antes de empezar a escribir la novela no sabía prácticamente nada de ella, solo que iba a ser la historia de una mujer que va a pasar de lo peor a lo mejor y que de repente tiene que enfrentarse a un cambio radical que provoca una metamorfosis" (...).

La naturaleza y el arte son los hilos que unen a sus personajes y, según ella, también los asuntos de fondeo comunes a sus obras. "Probablemente son los temas sobre los que más he escrito, porque he crecido en el campo, en la zona de la Turena, no muy lejos de donde estoy ahora. Pasé mi infancia en bicicleta, por los caminos de montaña, entre los bosques, cruzando ríos...Creo que eso me ha convertido en la mujer que soy, esta relación inocente y total con la naturaleza me ha moldeado como persona, y de ahí viene también mi gusto por el arte, porque la naturaleza es el primer modelo del artista y la belleza se aprende primero a partir de la naturaleza". Ella que ha vivido en la Provenza, Borgoña y Normandía, entiende que cada vez más gente opte por dejar las grandes ciudades y busque ese contacto con el campo, sobre todo en el último año por la pandemia. "Lo veo a mi alrededor, se están comprando muchas casas, hay mucho movimiento. Para mí esta es la vida ideal", apunta.

No nació en esa campiña gala, sino en Casablanca. Sus padres, ambos profesores de literatura, habían crecido en Marruecos y al tener una hija regresaron a Francia. "Pero seguían teniendo un gran cariño por ese país, íbamos todos los veranos a Rabat, me encantaba atravesar España para España para cruzar el estrecho desde Algeciras, pasábamos por Burgos, Sevilla, Cádiz, Extremadura... Paisajes alucinantes", recuerda Barbery, que por eso eligió tierras extremeñas como escenario de Un país extraño. 

En su casa está presente por todas partes ese gusto heredado por los libros, esparcidos por cada rincón. (...) Cuanto más tiempo pasa, más ganas tengo de que este jardín a la francesa tan rico y cargado sea un jardín japonés con solo algunos elementos minimalistas. Todavía estoy muy lejos pero he disfrutado acortando las frases, sin caer en la seducción de adjetivos múltiples y de giros más complejos, he intentado alcanzar una mayor sobriedad". También le gustaría crear un jardín japonés fuera de su casa, aunque lo ve complicado. "Se necesitaría toda una vida para ello. Sí que por la gran sequía que hemos sufrido murieron algunos árboles del jardín y hace un mes plantamos tres arces japoneses que se mezclan con las esencias de aquí"...

Ana Fénandez Abad. Smoda. El País, marzo 2021 

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