lunes, 5 de abril de 2021

El horizonte: Viaje sin retorno

Fotograma de El horizonte
Las películas sobre adolescentes que, abruptamente, pierden la inocencia infantil y se dan de bruces con el mundo de los adultos y con todos los problemas y obstáculos que conlleva, constituyen por sí mismas un prolífico subgénero, en
el que la industria francófona es la gran especialista, A él pertenece (al igual que su ópera prima, Puppylove, inédita en España) el segundo largometraje  de la directora suiza Delphine Leheericey.

Lo primero que llama la atención de El horizonte es que guarda una gran cantidad de puntos en común con la multipremiada Minari: ambientada en una comunidad rural, cuenta el desmembramiento de una familia, con un padre obsesionado por sacar adelante una explotación avícola en medio de la terrible ola de calor que azotó Europa en 1976 y que está diezmando su cabaña de gallinas, una madre abnegada y sumisa que busca su lugar en el mundo a través de una relación prohibida con una mujer moderna y sin complejos que es todo lo contrario de ella y un protagonista que no entiende nada de lo que pasa a su alrededor liberando sus tormentos interiores a través de ataques de ira. Es decir, que solo falta la abuela para poner ese orden que en Minari acaba llegando y aquí, no. O, al menos, no de la misma forma.

Todo está filtrado a través de la mirada del joven, de tal forma que el espectador pueda sentirse en su pellejo y compartir sus angustias  y su impotencia por no pertenecer a una familia normal, o al menos por no pertenecer a lo que él quiere entender como una familia normal. Aunque el camino que recorre a lo largo del metraje lo acabe llevando a una meta inesperada para él pero coherente con todo lo que sucede durante un viaje iniciático sin retorno contado con un estilo minimalista, austero y sobrio, con mucha sensibilidad...

Por lo que respecta a los actores, todos cumplen, pero hay que destacar particularmente a dos de ellos: el debutante Luc Bruchez, que es capaz de hablar y hasta de gritar sólo con la mirada, y una Laetitia Casta a la que la madurez le está sentando estupendamente en el plano interpretativo, donde está alcanzando una versatilidad como actriz de la que carecía en su juventud, en la que también es cierto que tampoco la necesitaba demasiado.

Alberto Luchini. Metrópoli. El Mundo, miércoles 31 de marzo de 2021

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