En ese ejercicio de sanación vuelve la vista sobre su feliz infancia, como y donde sus padres decidieron vivir -con sus dos hijas- tras abandonar los ajetreos urbanos. Meurisse recuerda el mundo en que la criaron, con un espíritu abierto y un poco hippy, con sus contradicciones, pero con cariño y generosidad. En su relato, pleno de lucidez y empatía, homenajea ese empeño y hace un canto, que rezuma belleza, a la naturaleza, el jardín y las esencias rurales, con todas sus bondades pero también sus absurdas concesiones a la modernidad y la cultura del consumismo capitalista, sin olvidar los excesos del turismo y de la industrialización de los cultivos en pos del máximo beneficio. Hay mucha ironía -y mucho amor- en los tópicos con que se construye el mundo de sus padres y el suyo propio, pero no deja de ser su paraíso de la niñez.
Meurisse oxigena su mente y su capacidad creativa en aquellos años maravillosos y en libertad en el campo, al que huye cuando precisa renovarse solo con activar con el simple trazo de su lápiz una puerta invisible en la pared de su apartamento parisino.
H.J.P. La Voz de Galicia, lunes 12 de abril de 2021
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