jueves, 29 de abril de 2021

Talleyrand

Talleyrand

Charles Maurice de Talleyrand es una de las figuras más fascinantes de la historia europea y, a la vez, una de las más controvertidas, una de las más denostadas tanto por los partidarios del Antiguo Régimen y la Iglesia católica  como por los más ardientes revolucionarios, de tal modo que los esfuerzos revisionistas por situarlo en el oportuno marco histórico  y por reconocerle sus virtudes no han conseguido preservar su nombre de las acusaciones de traidor a su rey y a su Iglesia, vertidas por unos, y de falto de escrúpulos y carente de fervor revolucionario, lanzadas por el bando opuesto. En todo caso, si su egoísmo y su proverbial cinismo no pueden desmentirse, también hay que acreditarle su inteligencia y su modernismo, pero sobre todo, su habilidad para sortear los peligros y para situarse en la cresta de la ola.

Xavier Roca-Ferrer ha querido ofrecernos una biografía fiable de semejante personaje, usando sus grandes dotes para la divulgación histórica y su acreditada galanura literaria (recuérdese su estupenda versión de Genji Monogatari, de Murasaki Shikibu) y recorriendo a la consulta de las mejores y más recientes obras sobre Talleyrand (en particular, las de Jean Orieux, André Beau y, sobre todo, Emmanuel de Waresquiel), para, obviando un frío eclecticismo, evitar cargar las tintas sobre los aspectos más negativos del personaje, señalar sus méritos al intervenir en el tablero político y declarar sin paliativos sus contradicciones e incluso sus acciones más injustificables, como su participación en el espantaso crimen de Estado que fue el fusilamiento del duque Enghien.

Nacido en 1754 en el seno de una familia de la alta aristocracia francesa, Talleyrand fue destinado a la carrera eclesiástica, llegando a la dignidad de obispo de Autun. Dotado de notables cualidades intelectuales y de un vivo ingenio, hubo de sobreponerse a un defecto típico demasiado evidente: fue cojo de solemnidad. Cojera que no le impidió ejercer una notable fascinación sobre buen número de mujeres, como la condesa Adelaida de Flahaut (madres de su hijo único); la duquesa de Curlandia, su verdadero gran amor, o su única esposa legítima, Catalina Grand, por no citar otras relaciones pasajeras o simplemente amistosas.

Aristócrata no solo de cuna sino también de espíritu, Talleyrand fue siempre un gran vividor, amante del lujo y de la buena mesa, apasionado de los libros y frecuentador de los salones parisienses de la buena conversación, las buenas maneras y un poquito de crítica y de intriga política...La biografía de Talleyrand se confunde entre 1789, fecha del comienzo de la Revolución, y 1883, fecha de su muerte, con la historia de Francia. La convocatoria de los Estados Generales en 1789 le dio la oportunidad de demostrar su talento para olfatear el espíritu de los tiempos  y "gobernar la ocasión". Fue de los primeros miembros del estamento eclesiástico en pasarse al Tercer Estado, contribuyendo a la redacción de la Constitución en 1701, escribiendo el artículo sexto de la Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano, sugiriendo la conversión del patrimonio de la Iglesia en bienes nacionales y votando la Constitución civil del clero, tras lo cual paso a ser uno de los primeros obispos constitucionales de Francia.

Sin embargo, el giro radical que iba tomando la política revolucionaria bajo el impulso de los jacobinos le hizo exiliarse y pasar varios años en Inglaterra y en EE UU, hasta que supo del golpe de Estado de termidor y de la ruina de Robespierre y Saint-Just, tras lo cual regreso a Francia para incorporarse al moderado régimen del Directorio, que le nombró ministro de Asuntos Exteriores. No satisfecho tampoco con la nueva situación, conspiró para el triunfo del golpe de Estado del 18 de brumario, vinculándose desde entonces y por largos años a Napoleón Bonaparte, que le colmó de honores, nombrándole gran chambelán y príncipe de Benevento. Sin embargo, disconforme con el cariz que fue adquiriendo la política de Napoleón, se distanció del emperador y tras la derrota de Leipzig, abogó por la restauración de los Borbones, lo cual le permitió conseguir su viejo sueño  de dar a su país una monarquía constitucional, aunque ello no evitó su escepticismo al ocupar el Ministerio de Asuntos Exteriores: "Sire, este es mi juramento número trece: esperemos que dure".

Entre tanto rindió un gran servicio a Francia al intervenir activamente en el Congreso de Viena y contribuir a la reorganización político-territorial de Europa, consiguiendo que su país fuese exonerado de su reciente pasado revolucionario...

Retirado a su castillo de Valençay, pasó su tiempo redactando sus memorias, hasta que regresó a París, logrando en un último alarde de virtuosismo, reconciliarse con el Papa y morir cristianamente en 1838. Sin tiempo para decir más me limitaré a reproducir el epitafio que Xavier Roca-Ferrer recogiera del Manuscrito encontrado en Zaragoza, de Jan Potocki:"Que Dios, si existe, tenga piedad de su alama , si la tuviera".

Carlos Martínez Shaw. Babelia. El País, sábado 13 de febrero de 2021  

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