martes, 25 de mayo de 2021

El gran cajón de sastre de la historia de Paris: Museo Carnavalet

Pierre François Palloy
14 de julio de 1789. La revolución francesa. El pueblo de París asaltó la Bastilla y liberó a los presos políticos. La Bastilla, una fortaleza defensiva que Enrique IV había convertido en caja fuerte de su tesoro y Richelieu en prisión, se rindió en horas. Fueron liberados los siete encarcelados, entre los que había dos dementes y un noble depravado. Eso sí, la muchedumbre irrumpió el mismo día para destruir el símbolo de la tiranía. En ella estaba Pierre François Palloy  que hizo de la demolición el negocio de su vida. Palloy, "publicista antes de tiempo", según la historiadora Héloïse Bocher, contribuyó al nacimiento del mito.

En la noche del 14 de julio, Palloy ya tenía un centenar de obreros demoliendo las torres...Este parisino de 34 años, soldado primero y albañil después, dirigía su propio taller.

Obreros, burgueses, escritores como Beaumarchais o Mirabeau...Todo París entró en la fortaleza para echarla abajo. Fue Palloy el que puso orden, El 16 de julio lo nombraron inspector general de obras y tres días después, una compañía de la guardia protegió el lugar. Cerca de un millar de hombres trabajaron a sus órdenes para dejar el sitio como un solar. Las piedras de la Bastilla sirvieron para construir, entre otras muchas cosas, el puente de la Concordia.

Maqueta de la Bastilla
Nuestro emprendedor tenía sentido comercial. Y la Bastilla, tirón. Por eso organizó un baile y otros eventos entre las ruinas. Reciclando materiales hizo fabricar dominós, tabaqueros y joyeros. Acuñó medallas "con las cadenas que esclavizaban al pueblo". Pero los souvenirs por excelencia fueron las maquetas de la Bastilla, labradas en una piedra auténtica de la prisión: un metro de largo por 60 centímetros de ancho y 40 de alto, con las ocho torres, barrotes y puertas. Fueron 83, una para cada departamento de Francia y para cada distrito parisino.

Una de ellas es la que exhibe el Museo Carnavalet, que se dispone a reabrir las puertas de su sede, el palacete renacentista donde vivió Madame de Sévigné, cuyo retrato preside una de las habitaciones de época. Estamos en pleno corazón del Marais parisino; sólo por reposar en su jardincillo interior vale la pena entrar. Además el museo, como todos los municipales, es gratis.

Cerrado desde 2016, su renovación ha costado más de 50 millones de euros, de los que el municipio de París ha puesto 44. Se ha restaurado el edificio. Y muchas obras. Como los murales del salón de baile del palacete  de los Wendel que pintó el catalán Joseph María Sert.

"Era un íbero genial y castizo, un fauno con unas enormes gafas de concha negra, tan peludo que cuando se desnudaba parecía un abrigo. Pero sobre todo un hombre de  cultura extraordinaria", lo describe Mauricio Wiesenthal en Orient Express. Sert era "la pareja perfecta de aquella judía que había aprendido a tocar el piano en las rodillas de Liszt, modelo de Renoir y Toulouse-Lautrec, Misia, que compartió su corazón con un magnate de la prensa francesa, con Diaghilev y, en la que sería su tercer esposo, Sert". 

La pareja descollaba en el París de los felices 20 en los que el español era uno de los artistas más cotizados. Para el palacete de los riquísimos Wendel pintó Sert un decorado de 87 metros cuadrados que representa a la reina de Saba. Cuando el edificio se vendió, los murales fueron llevados al Carnavalet. En este cierre,  se han restaurado las paredes,  que lucen espléndidas con sus reflejos plateados. Los techos lo serán ahora, con el museo abierto.

Museo Carnavalet

Carnavalet es el museo más antiguo de la capital y muestra al público 3.500 de las 615.000 obras de sus fondos. Que van del mesolítico a nuestros días. De una mandíbula prehistórica al lápiz que sirvió de emblema en las manifestaciones de Je suis Charlie, tras el atentado contra la revista Charlie Hebdo en 2015. De una piragua tallada de un roble de los parisi, la tribu gala a la que derrotaron los romanos, al emblema de cerámica y el martillo de madera  del acuerdo por el clima COP 21.

El museo ha decidido colocar el 10% de sus obras a la altura de un niño. No sólo objetos secundarios, también piezas señeras como la tela del siglo XVIII que representa a Santa Genoveva. En esta nueva disposición ha desparecido  la galería de retratos reales. Y se ha puesto más énfasis en los grandes nombres de la cultura. Así Beaumarchais abre camino a la Revolución, con sus relojes de 10 horas, fallida invención, a un zapato de María Antonieta salvado del asalto y pillaje del Palacio de las Tullerías.

Todos los carteles principales son trilingües (francés, inglés, español). En la habitación de Marcel Proust, imprescindible hito del Carnavalet, se explica: "Los muebles y objetos aquí reunidos proceden de los tres domicilios parisinos que el escritor ocupó tras la muerte de su madre. (...) Según su gobernanta, Céleste Albaret, la mayoría son de su última habitación en la calle del Amiral Hamelin (...)Marcel Proust, asmático, sale cada vez menos de su habitación. El escritor duerme de día y trabaja de noche. Y escribe la mayor parte de En busca del tiempo perdido en esta cama de latón. Proust se protegía del ruido con planchas de corcho, colocadas en el techo y en las paredes, y del polen sellando las ventanas en primavera y otoño..."

Una nota final: Palloy, el de las piedras de la Bastilla, fue distinguido como Héroe de la Revolución por su participación en la toma de la Bastilla, pero terminó en la cárcel por desvío de fondos. Murió en la ruina.

Iñaki Gil. París. El Mundo, 18 de mayo de 2021 

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