Los dos autores tardaron cinco años en dibujar su tebeo: se inspiraron no solo en una amplia documentación sino también en Barry Lindon, el filme de época que Stanley Kubrick rodó solo con iluminación natural o de velas para las escenas nocturnas, o incluso en mangas. Cada detalle está cuidado con realismo y precisión, desde la ropa hasta los escenarios en que transcurre el relato: los salones de la corte, los barrios más pobres de la capital, la asamblea en la que se celebran los Estados Generales o las tiendas de los comerciantes. Grouazel y Locard han consultado archivos, pero también las primeras fotografías del París del siglo XIX, y el color sepia de estas se ha colado en numerosas viñetas.
El enorme trabajo que han invertido sus autores en los fondos, en el dibujo de cada una de las viviendas, muebles, trajes, harapos, calles o puentes de París confiere una densidad extraordinaria al cómic. Los buenos tebeos históricos permiten contemplar y a la vez, imaginar un momento del pasado. La fidelidad a la realidad, en una tradición que incluye a Hergé o Hugo Pratt, que eran unos obsesos de la documentación, forma parte del pacto con los lectores. Pero al mismo tiempo, el relato, los dibujos, el punto de vista son pura subjetividad.
Pese a ser el acontecimiento central de la historia moderna de Francia y del que se han escrito miles de libros sobre él, todavía existen rincones de sombra en la Revolución Francesa y, sobre todo, interpretaciones enfrentadas. ¿Fue una matanza sin límites? ¿Un cambio de régimen inevitable? ¿El primer gran triunfo del pueblo? ¿El principio del fin del absolutismo en Europa? Incluso la jornada central de aquella revolución, convertida en la fiesta nacional francesa, se mantiene como un misterio. Éric Vuillard escribió en su novela 14 de julio (Tusquets), que reconstruye aquel día: "Hay que escribir lo que se ignora. En puridad, se desconoce lo que ocurrió el 14 de julio. Los relatos que poseemos son encorsetados o deslavazados. Hay que plantearse las cosas a partir de lo que no está escrito.
Grouazel y Locard parten de esas dos ideas de Vuillard: retratan a la multitud sin nombre, porque los personajes que articulan el relato provienen de todas las clases sociales y se mueven arrastrados por la historia. Y cuentan lo que no está escrito. O mejor dicho lo dibujan. La toma de la Bastilla ocupa un espacio pequeño en su relato de 300 páginas (que tendrá 1000 en total cuando se publiquen los tres tomos). El París del hambre (nunca el pan había sido tan caro como aquel verano), de la violencia, del hartazgo ante los privilegios de la nobleza, pero también de la política y la prensa, son los grandes protagonistas de un tebeo inolvidable.
Guillermo Altares. Babelia. El País, sábado 8 de mayo de 2021
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