jueves, 20 de mayo de 2021

Relatos de ocupación

El bicentenario de Napoleón sirve para recordar un motivo recurrente en la novela del siglo XIX: la presencia del invasor francés en toda Europa. Por una antigua costumbre de guerra cuando un invasor toma una población, suele aposentarse en casa de algún notable de la localidad. Los conflictos de esta convivencia impuesta han dado bastante juego en la literatura. En uno de los pasajes más entretenidos de Poesía y verdad (1811-1830), Goethe ya contaba que a su padre, como notable de Francfort, le metieron en su casa a un lugarteniente del rey Luis XV, en el curso de la Guerra de los Siete Años. Y, mientras el hombre, indignado, estaba "de mal humor y cada día más hipocondríaco", madre e hijo, lejos de compartir esta repugnancia, enseguida se pusieron a aparender francés. El alojado les parecía correctísimo, "alegre y activo", y Goethe, a los diez años, empezó con entusiasmo a declamar Racine "a la manera teatral". El drama de la invasión fue para ellos más bien la comedia de la hospitalidad, donde el papel más cómico naturalmente lo interpreta la autoridad ofendida. Veamos otros ejemplos a costa de Napoleón.

En Milán

Una situación análoga a la vivida por Goethe la encontramos en La cartuja de Parma (1839), que empieza el 15 de mayo de 1796, el día en que las tropas de Napoleón entran en Milán. El marqués del Dongo, un pusilánime con "un odio vigoroso a las Luces", se ve obligado a acomodar en su palacio de la ciudad y hasta en su castillo del lago de Como a un tal teniente Robert, "mozo quintado bastante atrevido". El día que se presenta este indeseable inquilino lleva las suelas de los zapatos hechas de trozos de sombreros recogidos en el campo de batalla. Pero a la hora de la cena se explaya sobre su pobreza y la de sus compañeros  y enternece a las damas -la marquesa y su joven cuñada-, que a partir de entonces no se separarán de él...

Stendhal fue funcionario del Ministerio de Guerra de 1805 a 1813 y siguió a Napoleón de Berlín a Moscú. Según decía en sus memorias sobre Napoleón (1837), lo importante del emperador fue que "civilizó" al pueblo "haciéndolo propietario y dándole la misma cruz que a un mariscal"...

En España

En el cuento El extranjero (1854) de Alarcón, una viejecita de Fiñana y un arriero cuidan de un soldado polaco napoleónico, enfermo de tercianas. Un soldado español apodado "Risas" apalea a la viejecita "por su falta de patriotismo" y también al "arriero afrancesado"...En otro cuento de Alarcón, El afrancesado (1856), un boticario de Padrón ofrece en 1808 una cena a veinte oficiales franceses; cuando el pueblo indignado irrumpe en el festín, descubre que el anfitrión ha envenenado a todos sus invitados, y muerto él mismo en el empeño...

Nos tememos que la hospitalidad  con Napoleón será falsa y sangrienta en España hasta 1959, gracias a la película con canciones Venta de Vargas. Ahí se lleva el conflicto  más allá del alojamiento, al terreno del amor romántico...En Venta de Vargas, porque se ha enfadado con su medio novio, Lola Flores cede a las atenciones del apuesto capitán Pierre, aposentado en Andújar y pasa una noche con él a las orillas del río...Pero esto quizá ya no sea hospitalidad sino un moderno y templado episodio de amor imposible.

Luis Magrinyá. Babelia. El País, sábado 8 de mayo de 2021.

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