lunes, 10 de mayo de 2021

Las cosas que decimos, las cosas que hacemos

Fotograma de Las cosas que decimos, las cosas que hacemos

El cine interesado por la volatilidad de los afectos y las carambolas del amor forma parte de una superliga internacional a la que ningún país le hace ascos. Aunque casi ninguno haya demostrado la capacidad que tiene el cine francés para acceder a lugares insondables cuando se trata de hablar de estas heridas que siempre duelen igual y en el mismo sitio.

 La nueva edición del D'A Film Festival que se celebró en Barcelona, centra su atención en tres películas surgidas del último cine francés que examinan con lucidez el potencial destructivo de los sentimientos. Son los exponentes más recientes de una cultura muy aficionada a rendir pleitesía al amour fou, ese dios dionisiaco ante el que ya se postraron las mejores mentes del último siglo: André Breton, Léo Ferré, Jacques Rivette, Françoise Hardy o Yves Saint-Laurent figuran entre quienes sacaron provecho al poso azul -ay, este azul- que dejan las historias más desgarradoras. 

La más interesante de las tres es Las cosas que decimos, las cosas que hacemos, de Emmanuel Mouret. El director con 10 películas a sus espaldas, nos tenía acostumbrados a comedias ligeras y lenguaraces, protagonizadas por niños viejos que hablaban en passé composé, el tiempo verbal que nadie usa en la vida real, porque está reservado a la vida literaria. Los tics más cargantes de su filmografía siguen estando en su nueva película, solo que esta vez vienen acompañados de una ambición y de un virtuosismo que desarman. Esta protagonizado por un puñado de personajes torturados por sus sentimientos, encabezados por un joven escritor en crisis y por la novia de su primo, una montadora embarazada. Dos desconocidos que se encuentran en una casa del sur francés y se confían sus penas. mientras nace en ellos un amor de resolana, que brilla tras las nubes pese a tenerlo prohibido. Mouret firma una película narrativa hasta la extenuación, regida por un guión magistral y en forma de muñecas rusas, donde una historia contiene otra y luego otra más. Funciona a través de un sistema de flashbacks, bifurcaciones y enmiendas  al relato previo que aspiran a completarlo o corregirlo, enunciadas por personajes volubles y hostigados por su conflicto interior, por la tentación permanente de ser infieles, por la coexistencia de deseos paralelos que los paralizan. Ese aspecto acerca a Mouret al moralismo de Rhomer, uno de sus principales referentes, aunque aquí logre trascender, puede que por primera vez, la mímesis respecto a sus modelos.

Alex Vicente. Babelia. El País, 24 de abril de 2021 

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