Si la reciente France de Bruno Dumont, llevaba al límite (también de la paciencia) el circo de cinco pistas en el que se ha convertido cierto tipo de selfiperiodismo, Arthur Rambo se asoma con intenciones más realistas, pero en su base igual de esperpénticas, a un acontecimiento que por desgracia tampoco es excepcional: un juicio popular a golpe de clic.
Un joven escritor y bloguero francés de origen argelino (Karim D.) logra el reconocimiento por su primera novela. El contrato con una gran editorial representa la triunfal entrada en la industria y el sistema cultural de un país elitista. Todo el mundo lo adula y le hace la pelota hasta que en apenas unas horas las ambles sonrisas se tornan en muecas y desplantes.
Tras Karim D., nombre del joven autor, renace su alias del pasado, Arthur Rambo, un humorista que se ganó sus primeros seguidores en las redes sociales burlándose de un amplio muestrario de temas sensibles. Chistes xenófobos, misóginos, antisemitas y negacionistas. Chistes rabiosos contra todo y contra todos cuya gracia final es que acaban volviéndose contra él.
Cantet que lanza preguntas sin respuesta sobre turbas invisibles capaces de doblegar las leyes del mercado, retrata con sobrada mala baba el mundo editorial y esas fiestas en las que sus empleados pelean por bailar con el escritor emergente de turno. Por el contrario, la simpatía del director por su dudoso protagonista resulta algo confusa y, pese a que Cantet se preocupa de por mantener cierta distancia con él, hay algo en la manera de retratar a Karim d./Arthur Rambo y a su entorno (especialmente cuando emerge un personaje tan crucial como su hermano pequeño) que le resta fuerza a la película, como si el cineasta se metiese en un jardín del que, como la mayoría, no sabe bien cómo salir.
Elsa Fernández Santos. El País, viernes 22 de abril de 2022
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