Salen a la luz los manuscritos inéditos de L. F. Céline |
"Toda la oreja a la izquierda estaba pegada al suelo con sangre, la boca también. Entre ambas había un ruido inmenso. Me dormí en este ruido y después llovió, con una lluvia densa", arranca Guerra, 150 páginas escritas en 1954, 20 años después de los hechos que describe. "Así que siempre dormí en un ruido atroz desde diciembre de 1914. Atrapé la guerra en mi cabeza. Estaba encerrada en mi cabeza". Esta es la historia de un dolor de cabeza y de un ruido que jamás le abandonará. Y de uno de los últimos misterios de las letras francesas contemporáneas, y de la obsesión por resolverlo.
"Yo ya no creía que veríamos los manuscritos", admite François Gibault, albacea de Céline junto a Véronique Chovin. Todo empieza en junio de 1944. Los aliados acaban de desembarcar en las playas de Normandía. Céline es autor de varios panfletos antisemitas y amigo de los ocupantes nazis. Junto a su mujer Lucette y su gato Bébert, abandona a toda prisa su piso en Montmartre y toma el tren hacia Alemania. Se olvida encima de un armario miles de folios. Alguien aprovechará su ausencia para llevárselos. Y él pasará el resto de su vida lamentando el robo. Nunca volverá a verlos.
Hay un sospechoso, Gibault no alberga dudas. "Sin duda fue Oscar Rosembly", afirma. Rossembly, corso, con lejanos orígenes judíos, era un personaje singular: fue reportero, empleado municipal, resistente. Tras la liberación, fue encarcelado por saquear apartamentos de colaboracionistas. Jerôme Dupuis, el periodista que en 2021 desveló en Le Monde la reaparición de los papeles, citaba la "leyenda" según la cual más tarde fue "gurú en California y acabó su vida en la Córcega profunda, meditando descalzo en la montaña y bañándose desnudo en la fuente de su pueblo. El propio Céline acusaba a Rossembly, a quien había frecuentado en Montmartre. Nunca se demostró nada. Ni se supo nada de los papeles. Hasta junio de 2020, cuando Jean-Pierre Thibaudat, un veterano periodista de Libération, entró en contacto, por medio de un abogado, con los albaceas del escritor. Su viuda Lucette había muerto el año anterior. Thibaudat explicó que él tenía 5.324 hojas. El tesoro. A finales de los años 80 alguien se los había entregado. ¿Quién? Confidencialidad de las fuentes", alegó el periodista. Si fue un descendiente de Rossembly u otra persona (lo que abriría nuevas pistas) se desconoce.
Después de un breve contencioso judicial, los albaceas recuperaron el manuscrito. "Al verlos sentí emoción, satisfacción. No sabíamos que había en ellos, ni si era bueno o malo", recuerda Gibault. Ahora la Galería Gallimard, en París, muestra algunos de los manuscritos. Pueden verse extractos de los tres libros encontrados. Además de Guerra, Londres, que narra la etapa del autor en esta ciudad después de salir de la convalecencia y debe publicarse en octubre, y La voluntad del rey Krogold, una fantasía medieval que Céline usó fragmentariamente en la novela Muerte a crédito. La escritura en tinta negra es legible casi siempre, y lleva anotaciones y correcciones a lápiz.
Guerra es una novela muy celiniana, por la crudeza del lenguaje, el uso de la jerga, la brutalidad de las escenas y los temas. "Ahí están los temas mayores de Céline: la guerra y la muerte", resume el escritor Pierre Assouline. La concisión de la novela, en cambio, no es típicamente celiniana. Quizá sea porque el texto no es más que un esbozo, o porque no estaba del todo completo, pero no hay nada aquí de los excesos, digresiones y verborrea de otros libros. "Si Céline hubiese tenido tiempo o la posibilidad de volver al texto, habría sido más largo y habría perdido el aspecto shock", añade Assouline. "Este inconveniente es una oportunidad".
Guerra es un concentrado de Céline. Hay desesperanza. "Sabemos que haría falta dormir para ser un hombre como los demás. Estamos demasiado cansados incluso para tener fuerzas para matarnos. Todo es cansancio". Hay sexo y misoginia, lenguaje cuartelero. "Pornografía", decían el domingo en Le masque et la plume, el programa de literatura en la cadena France Inter. Hay vida y memoria transformada en literatura: "Vaya mierda el pasado, se deshace en la ensoñación. Adopta pequeñas melodías que nadie le había pedido. Regresa todo maquillado entre lágrimas y lamentos. No es serio. Entonces hay que pedir un vivo socorro a la polla para orientarse. Es la única manera, de la manera de hombre".
La crítica esta dividida. Nadie duda de la importancia del texto, pero mientras que algunos lo califican de "obra maestra" y, desde ya mismo, libro fundamental en la obra de Céline , otros lo relativizan: es un texto no revisado e incompleto, un borrador. "Tiene su valor y un impacto, pero no es un verdadero Céline, porque no está terminado", juzga Henri Godard, gran especialista en Céline en Francia. "Son textos que voluntariamente él había dejado de lado y no contemplaba publicar"
Como está haciendo con Marcel Proust y los inéditos que no dejan de reaparecer del otro genio francés del siglo XX. Gallimard sigue reconstruyendo una obra escrita hace décadas pero todavía no concluida, "La casa Gallimard acogió a Céline en el momento más difícil, cuando era un autor aborrecido", dice el editor Antoine Gallimard. Se refiere a la posguerra mundial cuando el escritor fue encarcelado en Dinamarca, condenado en rebeldía en Francia y posteriormente amnistiado. "Cuando se le lee hoy, es tan actual sobre la guerra", añade. "Es un escritor tremendamente moderno: logró dar a las cosas más terribles una lucidez de esperanza: nunca es sistemáticamente horrible".
El otro volumen pendiente, además del resto de los manuscritos, son los virulentos panfletos antisemitas que Céline publicó antes y durante la ocupación nazi. Por deseo del escritor y después de su viuda, no volvieron a publicarse en Francia, aunque están disponibles en internet. A finales de 2017, Gallimard anunció la intención de publicarlos en una edición crítica prologada y contextualizada por Assouline. La noticia desató una ola de protestas. Gallimard suspendió los planes, pero no los abandonó. En 2032, toda la obra de Céline pasará a dominio público, lo que permitirá a otros sellos publicarla. "Habrá que pensar en la posibilidad de publicar los panfletos", dice el editor. "Aún me quedan 10 años".
Marc Bassets. París. El País, martes 10 de mayo de 2022.
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