Nos conocimos en Cartagena de Indias, a comienzos de la primera década de este siglo, cuando se incorporó como maestro de la Fundación del Nuevo Periodismo Iberoamericano creada por Gabriel García Márquez, donde yo estaba ya en la misma calidad desde pocos años antes, los dos convocados por Gabo, al que nunca podía decírsele que no.
Eran los grandes tiempos de crisis para el periodismo, cuando lo viejo no terminaba de morir y lo nuevo no terminaba de nacer, el paso de los medios impresos en papel a los medios digitales en la pantalla, y Jean-François traía el prestigio legendario, de esos que atraían a Gabo, de haber rescatado de su extinción a Le Monde, uno de los diarios de prestigio universal, sometido a esa crisis que amenazaba por igual a los grandes periódicos en Estados Unidos y en Europa.
De aquella experiencia nace su libro La prensa sin Gutemberg, escrito junto con Bruno Patino, un verdadero manual para entender los viejos tiempos, que más allá de las perspectivas de futuro de Le Monde como periódico digital, penetra en profundidad en la revelación de las comunicaciones que ahora sigue consumándose, comparable a la provocada por la invención de la imprenta de tipos móviles casi seis siglos atrás.
La fundación de Cartagena de Indias que ahora se llama la Fundación Gabo, dirigida por Jaime Abello Banfi, tenía su centro de sustentación en los talleres para jóvenes periodistas, porque Gabo quería organizar una forma de aprendizaje parecida a la tertulia de las redacciones la única y verdadera escuela que él reconocía.
Jean-François se convirtió en la fundación en maestro de esos talleres a cuyos alumnos, llegados de muy distintos países, transmitió sin reservas, generación tras generación, la sabiduría adquirida en las redacciones por las que había pasado, Le Monde, France Presse, Le Point, Le Magazine Littéraire y Libération, diario del que fue jefe de redacción, y su visión de renovarse o perecer. (...)
Fue un sabio discreto, un consejero fiable, un estratega de la comunicación y un cronista experimentado de América Latina y autor de dos excelentes libros de reportajes periodísticos, Fin de siglo en La Habana (1994), sobre los avatares de la revolución cubana, y El testamento de Pablo Escobar (1995), sobre el narcotráfico en Colombia. Y un lector perspicaz, literato por vocación y sensibilidad, antólogo y prologuista de Federico García Lorca, del novelista británico Bruce Chatwin y del escritor francés Paul Morand, sobre el que publicó el libro Morand-Express, ganador del Premio Broquette-Gonin, de la Academia Francesa en 1981. Toda una persecución: "después de su muerte seguí a Morand entre sus ochenta libros y sus ochenta años de existencia"...
Y fue un amigo para conversar sobre literatura, y en el que podías confiar cuando te decía qué premio Goncourt mejor no leer...El sabio discreto al que ya no veremos más.
Sergio Ramírez. El País, martes 21 de marzo de 2023.
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