Publicada originalmente en 1936, recrea la Francia de entreguerras, cuando los felices años veinte parecían augurar un futuro de paz y prosperidad. Los protagonistas de esta ficción saturada de lucidez y desgarro son Antoine Carmontel y Marianne Segré, dos jóvenes de familias burguesas. Primero serán amantes y, al cabo de un tiempo, marido y mujer. En ese viaje , que comprenderá dos décadas, experimentarán fervor, desencanto, apatía, asombro, gratitud. Solo al final llegará una complicidad tranquila, engendrada por el sufrimiento compartido y la necesidad de adaptarse a las imperfecciones de la vida. La pasión es un impulso irreflexivo, un malentendido. Los amantes deforman la realidad para satisfacer sus anhelos. Marianne cree que Antoine es una especie de Byron , un joven orgulloso y refinado que desafía a la sociedad con su sentido de la libertad. Antoine piensa que Marianne es una muchacha independiente y valerosa, sin ninguna preocupación por los convencionalismos. En realidad, los dos son frágiles e inseguros y no lo descubrirán hasta que el matrimonio les permita conocerse mejor.
Némirovsky es una excelente prosista , capaz de combinar el retrato psicológico, el apunte filosófico, la nota histórica y la pincelada lírica sin menoscabar el ritmo del relato. No es una escritora invisible, que enmudece para dejar hablar a los hechos, sino una voz reflexiva y profunda. No sigue las enseñanzas de Flaubert. Está más cerca de Proust, que se niega a desprenderse de su subjetividad, pues entiende que la ficción está ligada al mundo interior de su creador y no puede eludir su necesidad de expresarse. Dos puede leerse como una hermosa y áspera historia de amor, pero no se limita a encadenar peripecias. En todo momento, salpica el relato de consideraciones atinadas y nada intempestivas. Némirovsky describe la felicidad como algo que huye sin descanso. El ser humano parece abocado al instante, un horizonte que se desvanece apenas apenas nos aproximamos a él . Los momentos felices que comparten los amantes son más precarios que un objeto. De ahí que a veces surja la tentación de entregar el corazón a un cuadro o una porcelana, pues son más fiables que los afectos, tan inestables.
Némirovsky despliega una visión pesimista -pero no descarnada- de las relaciones humanas. Su desaliento quizás nace de una infancia infeliz, con una madre que nunca le prestó atención. Quizás por eso escribe que las heridas no se cierran con facilidad y que realmente no conocemos a los demás. Padres e hijos comparten el hogar, pero eso no significa que se comprendan o intenten averiguar qué sienten realmente. Las pasiones no son más esperanzadoras. Los amantes siempre desembocan en la decepción mutua. Madurar consiste en renunciar a los ideales irrealizables y aceptar que la verdadera dicha no es un estado de plenitud sino de serenidad. Antoine y Marianne viven un idilio ardiente, pero el fuego se apaga al convertirse en matrimonio. Los dos buscarán la pasión perdida en otros brazos. Esas aventuras solo aplacarán temporalmente su insatisfacción. Al cabo de los años, dejarán de frecuentar otros lechos, pues entenderán que el deseo solo deja un amargo sabor a ceniza. No recobrarán la pasión del principio, pero en su lugar fructificará la amistad...
Rafael Narbona. El Cultural, 24 -3 -2023.
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