El palacio Ortiz-Basualdo, sede de la embajada de Francia en Buenos Aires |
París nunca fue el único modelo europeo de Buenos Aires, aunque la arquitectura beaux arts dio el tono de las grandes mansiones de la élite construidas en los últimos años del siglo XIX y los primeros del XX. Varias ideas de ciudad, entre ellas la de la metrópolis americana por excelencia, Nueva York, proporcionaron imágenes para pensar la ciudad del Río de la Plata. A medida que avanza la modernización, la comparación con Nueva York, se vuelve una perspectiva influyente. Hay un imaginario americano popular debajo del imaginario europeo. Pero tanto Nueva York como París son, fundamentalmente, mitos urbanos, mitos en el sentido en que Sorel usaba esa palabra, es decir "sistemas de imágenes" más que guías constructivas precisas.
Le Corbusier subrayó como particular de Buenos Aires las casitas edificadas por artesanos italianos, casitas blancas y sencillas que podían reconducirse a formas geométricas elementales. También señaló que, a diferencia de las ciudades europeas que están atravesadas por su río emblemático (Roma, Londres, Florencia, París, Budapest, etcétera), Buenos Aires se había edificado de modo que, ya hacia fines de la década de 1920, la llegada del río era casi imposible, porque la separaban cientos de metros con árboles y montes.
En verdad, Buenos Aires no recuerda ninguna ciudad europea, pero se compone de fragmentos tomados de muchas de ellas. Abundan, en los barrios más ricos, los peti-hôtels a la francesa, con sus techos de pizarra pero ellos no dan el tono a la ciudad, más de lo que lo da la italianizada casa de Gobierno, el ecléctico teatro Colon o el Congreso. Prevalece la imagen del disciplinado estilo moderno de su primer rascacielos o los rasgos ingleses de sus estaciones de tren. El zoológico de Buenos Aires es una miniatura que evoca la mezcla estilística de la ciudad que lo alberga. Tiene pabellones normandos, pagodas, serpentarios que citan la arquitectura industrial o las exposiciones universales.
La comparación de Buenos Aires con París (que, por otra parte, no se le ocurrió a ningún francés et pour cause) es una imagen del deseo. Resultó del voluntarismo político y cultural de las élites que proyectaron la ciudad moderna desde 1880. Probablemente si se hubiera interrogado a esos hombres, hubieran dicho que París era la ciudad que más admiraban. Pero esas adhesiones casi inevitables, porque París era entonces la ciudad que el mundo entero admiraba más, se toparon con límite materiales y surgieron iniciativas que no se reducían simplemente a la copia de un solo modelo , sino a la ideación de una ciudad cuidad que funcionara como polo metropolitano, mercantil y moderno.
La Buenos Aires que imaginaron las élites y que, en parte, lograron construir tiene un perfil cuya originalidad está en la combinación de diferentes modelos tecnológicos, urbanísticos y estéticos. Como en la cultura argentina, la originalidad está en los elementos que entran en la mezcla, atrapados, transformados y deformados por un gigantesco sistema de traducción. El desencanto de la comparación con Europa fue un obstáculo para reconocer que esa ciudad monótona era técnicamente más europea que muchas de las que habían visitado en España e Italia...
Beatriz Sarlo. Babelia. El País, sábado 25 de marzo de 2023.
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