A poco que recurras a la memoria cinéfila, intuyes un tono a Rhomer con una fuerte dosis de Woody Allen. Por momentos crees estar en Nueva York, mientras en los gestos y en las palabras imaginas a Allen con sus soliloquios, aunque a su lado tenga a la mujer de la que dice estar fuertemente enamorado. A medida que avanza, ella parece progresar, mientras a él le pueden, le continúan pudiendo los agobios sobre su adulterio. Y no sigamos para evitar el espóiler, porque la química entre ambos protagonistas hace que observemos con interés la deriva de esta peripecia sentimental. A Mouret, coautor del guion, en su filmografía (con varios títulos inéditos en España) le pone mucho el jugoso tema de las relaciones, con sus aristas, y no oculta sus influencias en la línea antes anotada, recurriendo a un estilo en apariencia informal, aunque cuidado, con predominio de secuencias sin cortes, esmerado en sus diálogos, en absoluto pedantes o cargantes, cosa que no puede decirse de algunos compatriotas suyos.
Es verdad que por momentos asoma la inverosimilitud y algunas situaciones van algo forzadas, pero enseguida regresa la frescura, dejando aire al espectador para que especule sobre un desenlace, realmente intuido minutos antes. La irrupción de un tercer personaje por fuerza introducirá fricciones emocionales, pero la secuencia final vendrá envolver la trama para concluir que eso del amor , además de efímero, nada tiene de sencillo... y que en sortear sus zancadillas estará la clave del éxito. Una sonrisa como colofón.
Miguel Anxo Fernández. La Voz de Galicia, martes 28 de marzo de 2023.
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