La rendición de Vercingétorix. Óleo de Henri-Paul Motte 1886
Uno de los más ilustres prisioneros históricos en ese lugar de pesadilla y oprobio, al que solo se accedía por un agujero en el suelo de la habitación superior, fue Vercingétorix, el líder de la revuelta de la Galia vencido en el 52 antes de Cristo en Alesia por Julio César, un personaje del que sabemos muy poco y que es popularmente conocido sobre todo por el inicio de los comics de Astérix, donde se le ve arrojar las armas sobre los pies del general romano al rendirse. La historia real fue mucho menos graciosa de lo que contaron Uderzo y Goscinny (como no tuvo ninguna gracia la guerra de las Galias, que bañó en sangre la provincia): al vencido Vercingétorix lo llevaron cautivo a Roma donde aguardo cinco años y medio, hasta el 46 antes de Cristo para participar al fin en el triunfo -el característico desfile de la victoria de los generales romanos- de César y ser inmediatamente ejecutado ritualmente como parte de la fiesta.
La tradición quiere que el caudillo galo y rey de los avernos pasara el tiempo entre su rendición y su ajusticiamiento confinado en el Tuliano y ahora una magnífica novela histórica El prisionero del César (Ediciones B, 2023), de Massimiliano Colobo, un acreditado autor del género, imagina cómo pudo ser esa durísima estancia, convirtiéndola en el centro de un relato muy emocionante y conmovedor. La novela tiene como protagonista al propio Vercingétorix, al que rescata de las sombras de la historia, y a un curtido veterano centurión primipilo de las legiones de César, Publio Sexto Báculo, que recibe el encargo de custodiarlo. Aunque lo de su misión es ficticio. Báculo también es un personaje histórico que aparece tres veces en los Comentarios a la guerra de las Galias, la obra de César, y una de ellas por su heroísmo al defender la puerta de la guarnición de Atuátuca contra una partida de guerreros sugambros.
Colombo (Bérgamo, 56 años) ha sugerido visitar el escenario principal de su novela y la verdad es que, tras leerla, resulta difícil no sentir una punzada de aprensión ante la perspectiva de bajar allí, un sitio que asustó hasta a Salustio. El escritor, que sirvió en la brigada paracaidista Folgore, una experiencia que se refleja en el realismo con que describe las escenas militares, viste un chaquetón del ejército con la insignia de su antigua unidad (una gaviota y un rayo).
Tras adquirir dos tiques en la entrada, Colombo, marcial Virgilio, conduce hasta la primera sala del recinto musealizado, donde exhiben una pequeña exposición de material arqueológico hallado en el sitio, maquetas y un audiovisual. Por una moderna escalera metálica se desciende a través de un pasaje angosto a la habitación superior del Tuliano en cuyo centro esta la boca oscura que era en la Antigüedad el único acceso al pozo de los condenados, acaso una vieja cisterna. Luego se baja un nivel más por otra estrecha escalera hasta el oscuro corazón del lugar, una fría mazmorra circular de piedra húmeda y tenebrosa y atmósfera viciada que parece una cueva.
Asombra pensar que Vergincétorix pudo pasarse aquí en la antesala de la muerte, casi seis años, envuelto en soledad, vergüenza y el recuerdo doloroso de las oportunidades perdidas. "Imagínate lo que sería", musita Colombo. "Cuando vi el sitio decidí que tenía que escribir sobre eso". Pasamos un largo rato conversando en el pozo en penumbra, con la cantidad de cafeterías que hay en Roma. El novelista no parece sentir claustrofobia, aunque anota que cada vez que visita el sitio le parece más pequeño. Ocasionalmente aparece algún turista, pero se marcha deprisa (probablemente a a Fontana di Trevi, que hay mejor ambiente). Es una suerte porque aquí abajo con los fantasmas de los antiguos inquilinos -entre otros el rey de los samnitas Poncio, Jugarta, varios implicados en la conjura de Catilina, el rebelde judío Simón Bar Giora, el propio Vercingétorix o el prefecto de la guardia pretoriana de Tiberio, Sejano- ya somos bastantes.
"Como el Panteón y a diferencia de otros lugares de la Antigua Roma", comenta Colombo, "la carcer se ha preservado bien por la relación con el cristianismo, la asociación con san Pedro y san Pablo, que la tradición cristiana ha querido que también fueran recluidos aquí antes de sus martirios, aunque no hay evidencias".
No sabemos mucho de Vercingétorix, que significa "gran rey de los guerreros". Es el perdedor, y lo que ha llegado a nosotros es por su enemigo, "muy escueto", apunta el novelista. "Para hacerlo más humano yo le invento una mujer, a la que pierde en la terrible decisión histórica de expulsar de la sitiada Alesia a los no combatientes para reducir las bocas que alimentar. He querido mostrar al jefe galo como un personaje completo y multidimensional".
Uno de los grandes atractivos de El prisionero de César es mostrar como debía ser ese Vercingétorix de carne y hueso, tan elusivo. El personaje , al cabo un perdedor, no ha tenido mucha suerte en el imaginario. Sale en los cómica de Astérix y Alix, de secundario en las novelas históricas sobre Julio César de, pro ejemplo, Conn Iggulden y Steven Saylor. En el cine ha tenido los rasgos de Christopher Lambert en el intento de biopic Druidas de Jacques Dorfmann (2001). Y apareció en varias escenas (incluido el triunfo de César) en la serie Roma. Rik Bttaglia lo encarnó en Julio César, el conquistador de las Galias (1962), donde compartía pantalla con Raffaella Carrá, un inesperado vínculo entre Vercingétorix y A far l'amore comincia tu.
La ficticia amistad entre Vercingétorix y Báculo, el exrey y el excenturión, es la gran baza de El prisionero del César. "Presento a Báculo un poco como un exveterano de Vietnam, mutilado, brutal y borracho. Pero haciendo de carcelero, contemplando la triste suerte de Vercingétorix, se descubre a sí mismo una humanidad y una compasión que lo redimen como persona". Las escenas en que ayuda a pasar a su prisionero el trance del desfile y la ejecución son inolvidables. Colombo asiente agradecido mientras sus ojos brillan a la escasa luz de la mazmorra. El terrible Tuliano parece fomentar las amistades. Y salimos de la cárcel, hacia la ancha Roma, para ir a tomar un café.
Jacinto Antón. Roma. El País, lunes 17 de abril de 2023.
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