El colibrí del titulo -que evoca a un corazón permanentemente agitado y la capacidad de permanencia de los pequeños grandes deseos- es el protagonista, así apodado desde niño. Un pajarito tenaz y frágil, atiborrado de hormonas y vitaminas para poder sobrevivir. Resulta curioso que, luego, en la madurez, el personaje se encarne en el grande y plácido físico del actor Pierfrancesco Favino. Tras la aparente calma del intérprete, hay un gran retrato de la culpa y la insatisfacción.
La película comienza en verano, en la casa de una playa toscana, con el primer amor; un amor siempre presente, siempre inconcluso. El gran descubrimiento se ve truncado por el suicidio de la hermana del joven colibrí, y desde ahí, ya todos serán falsos movimientos de infelicidad. La historia, no lineal, comienza a volar adelante y atrás, y sí, cada recuerdo es un salto temporal, cada sensación conjurada renueva la angustia del personaje.
Francesca Archibugi -promesa del cine italiano de los noventa, dirigiendo Verso sera o Mignon vino a quedarse- conduce con maravilloso sentido de la observación la atormentada vida sentimental del protagonista, su amor postergado y hondamente enterrado y su vehemente relación con una esposa arrasadora. Bérenice Bejo y Kasia Smutniak dan vida a los dos laberintos en los que el desventurado personaje se pierde una y otra vez. El contrapunto lo pone el psicoanalista -terapeuta de la esposa- interpretado por Nani Moretti: él es la voz de la razón. Y suena I'll be seeing you de Billie Holiday, mientras la mirada de Favino nos habla de esos momentos decisivos que construyen nuestro infortunio.
Eduardo Galán Blanco. La Voz de Galicia, viernes 26 de mayo de 2023.
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