María Antonieta, reina de Francia. (Elisabeth-Louise Vigée Le Brun, 1788) |
El primer parto de María Antonieta tuvo casi más testigos que su ejecución en la guillotina. En la corte francesa existía la costumbre de dejar pasar indistintamente a todo aquel que se presentaba para ver parir una reina, el 19 de diciembre de 1778 una masa de curiosos numerosa y tumultuosa entró en a habitación en la que iba a nacer María Teresa Carlota, conocida como Madame Royale y la única superviviente a la Revolución de los tres hijos del matrimonio real.
El monarca, Luis XVI había atado con cuerdas los inmensos biombos de tapicería que rodean la cama de su esposa para que no se viniesen abajo. Dos saboyardos se subieron encima de un mueble para ver de forma más cómoda a María Antonieta, situada enfrente de la chimenea, quien de repente empezó a desmayarse. "Aire, agua caliente, ¡hay que hacer una sangría en los pies!", gritó el partero. Pinchó el primer cirujano y la sangre salió a borbotones. El júbilo estalló tras la situación de alarma.
"La reina volvió de las puertas de la muerte. Ella que no había sentido el pinchazo de la sangría, preguntó, una vez colocada en su cama, por qué tenía una venda de tela en la pierna ", recordaba Madame Campan, dama de compañía y la mayor confidente de la reina. Ocho años habían tardado los monarcas galos, el último suspiro del Ancien Régime, en engendrar descendencia. Pero el sexo del recién nacido no era el ansiado. "Pobrecita niña, no eres deseada, pero no por eso serás menos querida. Un hijo habría pertenecida más al Estado. Serás mía; tendrás todos mis cuidados, compartirás mi felicidad y aliviarás mis penas", dijo al estrechar al bebé contra su corazón".
La circense narración del parto la firma Madame Campan en Memorias de María Antonieta, mujer que en el espacio de dos décadas, desde las nupcias reales de la archiduquesa de Austria cob el delfín, hasta el asalto al palacio de las Tullerías por los revolucionarios, apenas se separó de su señora. Editadas póstumamente en 1822 por el historiador Jean François Barrière, Funambulista publica el primer tomo de un jugoso documento histórico que pormenoriza los entresijos del palacio de Versalles, sus intrigas, misterios y fiestas. Pero, por encima de todo, se trata de un retrato de primera mano de la biografía y la vida privada de una soberana detestada por el pueblo por sus derroches y convertida con el paso del tiempo en un icono de la cultura popular.
Madame Campan -su nombre era Jeanne-Louise-Henriette Genet- nació en París el 6 de octubre de 1752. Su padre era el primer secretario del Ministerio de Asuntos Exteriores y se instruyó en el arte de la música -acompañaría a María Antonieta al arpa o al piano cuando quería cantar las arias de André Grétry- y de las lenguas extranjeras. Sus raíces aristocráticas y su educación la convirtieron pronto en la lectora de las Damas, las hijas de Luis XV.
"Tenía entonces quince años, mi padre sintió cierto pesar al entregarme tan joven a la malignidad de los cortesanos. El día en que, ataviada por primera vez con el vestido de la corte, fui a abrazarle a su estudio, las lágrimas se le escaparon de los ojos y se mezclaron con su expresión de alegría", recordaría en una carta ya en tiempos del Directorio escrita desde Saint-Germain , donde había establecido una pensión reconvertida en institución de enseñanza para mujeres -entre sus pupilas se encontraba la hija de Josefina Bonaparte-. Tuvo un éxito rápido, y Napoleón la seleccionó para dirigir un nueva casa imperial donde educar a los hijos de los guerreros muertos o heridos en Austerlitz.
Casada con Monsieur Campan, hijo del secretario del gabinete de la reina, se convirtió en la confidente de la reina, incluso en ocasiones del propio rey. Se mantuvo fiel a ambos tras el 10 de agosto de 1792, el día que se hundió la monarquía de Louis XVI, e hizo todo lo que le ordenaron. El monarca, en su celda del convento de los Feuillants, se desprendió de dos mechones de su cabello y le dio uno a ella y otro a su hermana, además de confiarle sus papeles más secretos y peligrosos. Mientras, la soberana, echando los brazos al cuello de ambas, les decía: "Desdichadas mujeres, solo lo sois por mi culpa; ¡pero yo lo soy más que vosotras!". Aunque suplicó que la encerraran en la torre del Temple con su señora, Madame Campan logró sobrevivir a la persecución de Robespierre.
"Nunca, en ningún rango, en ninguna época, he encontrado una mujer de naturaleza tan atractiva como María Antonieta (...) no he visto a nadie tan valiente frente al peligro, tan elocuente en la necesidad, tan francamente alegre en la prosperidad", sentenció Madame Campan. En sus Memorias, promete, "contaré lo que he visto. Daré a conocer el carácter de María Antonieta, sus costumbres privadas, el empleo de su tiempo, su amor maternal, su constancia en la amistad, su dignidad en la desgracia".
Algunos de los ingredientes más interesantes del libro son esos pasajes en los que vierte luz sobre el odio de los enemigos de la reina, la codicia de sus aduladores y el desinterés de los verdaderos amigos. Una radiografía íntima de una joven, bella, inteligente y aparentemente frívola princesa que despertó muchos recelos y envidias en todas las capas de la sociedad francesa. Pero también la crónica personal del despertar de un tiempo convulso a rebufo de la Ilustración y el crecimiento de la burguesía.
David Barreira, El Cultural, 5-5-2023.
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