Premio Mundial de Arquitectura Sostenible en 2022, hace tiempo que ha dejado de hacer "jardines para ricos" y entrega su tiempo a proyectos públicos, como el jardín del Centre Pompidou-Metz junto a su antiguo alumno Cristophe Ponceau. Y trabaja en un libro sobre encuentros con las personas que le han influido en su carrera, que espera publicar en 2024.
Ingeniero hortícola y profesor en la Escuela Nacional superior de Paisajismo de Versalles, ha desarrollado, sin buscarlo, un pensamiento capital en varias entregas que obligan a entender el jardín con ojos nuevos. La historia del paisajismo, tal y como la conocemos, tiene un antes y un después en este hombre que dice que todo el planeta es un único jardín limitado por la biosfera y el ser humano no es otra cosa que el jardinero a su cuidado. De sus padres, dice, no aprendió mucho. En su infancia en Argelia le desconcertaron los paisajes desiertos, pero en el jardín familiar, sin embargo, se maravilló al preguntarse cómo aquella oruga que acababa de encontrar entre la hierba se transformaría en mariposa. Y fue allí también donde manipulando venenos para matar los pulgones que invadían los rosales, enfermó a causa de un pesticida. Aquel incidente le hizo pensar en toda la artillería de guerra que se manejaba en el campo, venenos diseñados para matar insectos pero también al jardinero.
Cuando empezó a diseñar jardines sospechaba que había alguna manera alternativa para relacionarse con la naturaleza, pero no podía poner en práctica sus ideas sin un jardín propio. A finales de los años setenta pudo tener un espacio donde probar a no hacer nada para entender como reaccionaban los arbustos y las hierbas, sin necesidad de eliminar las fastidiosas aliagas ni envenenar los suelos y las aguas. Poco a poco fue comprendiendo las interrelaciones entre las especies y elaborando su teoría: las plantas, señores, se mueven. El jardín debe cambiar. Debe caminar. Y permanecer intocado, como su famosa isla en el parque Henri Matisse en Lille. El paisajista vasco Iñigo Segurola, autor de Lur Garden, el aclamado jardín-laboratorio de Gipuzcoa, reconoce en los postulados de Clément los ejes de su pensamiento.
Viudo desde hace unos años, el jardinero ensayista escribe desde un corazón conmovido por la naturaleza y una sensibilidad de poeta. Reparte su día en una actividad ágil, la misma que lleva haciendo los últimos 40 años. Por la mañana escribe en su casa y, por la tarde, después de una siesta importantísima, baja caminando a su jardín . Allí le esperan unas hectáreas de naturaleza que ha ido guiando desde la escucha y el respeto, dejando expresarse a las especies locales e interviniendo someramente. Su jardín es todos los jardines; allí, poda, escucha, dirige, excava con las manos, observa, quizá pone algún tutor o permite que tal o cual especie se agarre a la tierra si así lo han decidido. Trabaja hasta que se cansa. Después, aún en los primeros días de otoño antes de que lleguen los fríos , se baña en el lago y regresa a casa con la satisfacción de haber vivido con plenitud.
Elita Acosta, directora editorial de Verde es Vida, destaca su plano espiritual: "Clément transciende el genius loci, el espíritu del lugar; habla de un animismo del siglo XXI, donde todo lo que forma parte de la naturaleza, incluso lo inanimado, es igual de importante y hay que entenderlo, cuidarlo, respetarlo y preservarlo". Clément, jardinero universal, dice que debemos dejar a la naturaleza en paz para que se exprese libremente. A pesar del cambio climático, cree en una reconciliación con la naturaleza. Habla de los jóvenes que llegan a lo rural y tratan de producir plantas y legumbres con nuevos métodos. "Lo han entendido todo" dice por videoconferencia. "Nosotros acostumbrados a vivir lujosamente derrochamos electricidad, agua... No estamos a la altura. Pero creo en ellos. Tengo esperanza en este jardín llamado Tierra".
Carlos Risco. Ideas. El País, domingo 19 de noviembre de 2023.
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