domingo, 19 de noviembre de 2023

María Larrea: "la hija de nadie"

María Larrea (Bilbao,1979) se enteró a los 27 años de que era "hija de nadie", como un buen día le confesó, sin anestesia, su madre adoptiva. En otras palabras que fue abandonada y luego adoptada ilegalmente en el País Vasco de la Transición, antes de emigrar con sus nuevos padres a Francia, donde trabajaron como mujer de la limpieza y conserje de un conocido teatro del centro de París.

Su debut literario, Los de Bilbao nacen donde quieren (Alianza), es una novela autobiográfica, escrita en francés y recién traducida al español (al hablar, ella mezcla indistintamente las dos lenguas), en la que relata la indigencia moral del franquismo, el clasismo que sufrieron sus padres y ella misma al llegar a Francia -"María, qué risa, te llamas como nuestra asistenta"-, la crisis familiar que ese secreto desencadenó y la búsqueda de su familia biológica en el norte peninsular. Aunque, a diferencia de otros libros inscritos en la auto ficción, el suyo no prescinde de un humor cínico y de tintes absurdos. Después de todo, su historia empieza, como recuerda durante un encuentro en su casa de París con una sesión de tarot.

P.- Lo primero que impacta en su historia, más allá del drama personal y familiar que esa revelación provoca, es el año de su adopción ilegal, 1979.

R.- Sucedió muy tarde, diría que fui una de las últimas. No soy un bebé robado, y mi historia no tiene directamente que ver con lo sucedido durante el franquismo, aunque sí haya en ella un eco, una relación muy clara con el contexto histórico de esa época.

P.- Es decir, con la miseria moral y el oscurantismo de la dictadura.

R.- Exacto, Para mí, lo más importante era comprender de dónde salieron mis padres. Quería entender cómo tres huérfanos procedentes de la misma nación, porque mis padres también fueron niños abandonados, acababan formando una familia en la Francia de los ochenta. El problema fue que casi no tenía información. Si pude empezara escribir el libro,  fue gracias a los registros civiles. Reconstruí el entorno sociológico de la época -en el Bilbao de los setenta, el barrio de la Palanca- y usé la imaginación para el resto. Para mi sorpresa lo escribí con una gran sensación de felicidad. Las frases salían de las entrañas, pero era como si las estuviera cantando. Margarita Yourcenar decía que uno debe tener 40 años para hacer algo así. En la veintena no hubiera sido capaz.

P.- El libro es ante todo un homenaje a sus padres adoptivos.

R.- Sí, es una declaración de amor, a pesar de todo. Crecí en un entorno marginal y violento, con un padre alcohólico que pegaba a su mujer, en una situación de pobreza, poca cultura y muy escasa educación, y con una mentira enorme, un secreto violento, en el núcleo familiar. Pero también hubo mucho amor. Quise encontrar el amor entre toda la hojarasca. Fue como un proceso de disección.

P.- Llama "el consulado" al modesto piso donde creció. Estaba en el centro de París, pero olía a cebolla frita y carne guisada...

R.- Las casas de los emigrantes españoles en Francia son guetos invisibles, de puertas adentro, muchas veces en la planta baja, que era donde vivían las porteras. Se relacionaban solo con otros españoles o, como mucho, con portugueses o yugoslavos, y casi nunca ocupaban el espacio público. Mis padres no se sentían legítimos en Francia. El libro es un intento de darles esa legitimidad.

P.- Describe el racismo cotidiano al que se enfrentaron al llegar a Francia, que no estaba socialmente condenado como el que sufrían magrebíes o subsaharianos.

R.- La diferencia es que los españoles eran blancos. Se consideraba que tenían el suficiente privilegio para que no fuera problemático que les lanzaran esos insultos. Por otra parte, mis padres crecieron en una dictadura: eran una generación acostumbrada a callar, a no quejarse. Formaban parte  de una inmigración económica que había cambiado de país para trabajar y que aguantaba ese desprecio sin rechistar. Cuando denuncias esa xenofobia, los franceses lo encuentran exagerado. A mí me han llamado exagerada toda mi vida. "Hija de inmigrantes, ¡ya será menos!" Pero es que , en realidad, lo era... Hoy sigo sin tener la nacionalidad francesa. Me planteé pedirla, pero ya no la quiero. Me siento española, bilbaína y parisiense, más que francesa. Crecí y estudié en Francia y me casé con un francés, pero sigo teniendo un problema con la burguesía  de este país. Me incomoda igual que de pequeña, cuando sufrí mucho por la humillación a la que nos sometieron. Sufrí, sobre todo, por mis padres...

Álex Vicente. Babelia. El País, sábado 21 de octubre de 2023.

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