El castillo de Villers-Cotterêts, que alberga la Ciudad Internacional de la Lengua Francesa. |
Emmanuel Macron, en cambio, tiene dos proyectos culturales de envergadura. Uno forzado por las circunstancias, la reconstrucción de la catedral de Notre Dame tras el incendio de 2019. El otro es por elección propia: la Ciudad internacional de la Lengua Francesa, que inauguró ayer en Villers-Cotterêts, un pueblo de 10.000 habitantes cargado de simbolismo. Político y cultural. Porque Villers-Cotterêts, situado a unos 80 kilómetros al nordeste de París, se encuentra en pleno territorio electoral del Reagrupamiento Nacional (RN), el partido de extrema derecha que lidera Marine Le Pen. Y es allí donde, en 1539, rey Francisco I firmó el decreto que imponía el uso del "lenguaje materno francés" para los documentos administrativos y judiciales de su reino. Es, además, el lugar de nacimiento, en 1802, de Alejandro Dumas, el autor de Los Tres Mosqueteros y El conde de Montecristo.
"La lengua francesa construye la unidad de la nación", dijo Macron en el discurso inaugural. "Y la lengua francesa es una lengua de libertad y de universalismo". Situada en el viejo castillo de Francisco I, abandonado y semirruinoso hasta que hace tres años comenzaron las obras, la Ciudad Internacional de la Lengua Francesa ha costado 210 millones de euros. El núcleo es una exposición sobre el francés: su influencia global, su capacidad para reinventarse, su carácter político como lengua de Estado. Pero acogerá también a artistas en residencia y pretende ser un espacio de diálogo e intercambio: una capital mundial del francés.
Para entender el mensaje de este proyecto puramente macroniano, hay que tener en cuenta el lugar central de la lengua en la idea que históricamente Francia y la República se han hecho de sí mismas. Mientras la lengua construía la nación , como dice Macron, actuaba como un rodillo que debilitaba o simplemente destruía las lenguas regionales. Es uno de los hilos conductores de la historia que se cuenta en Villers-Cotterêts.
La Ciudad Internacional de la Lengua Francesa refleja, al mismo tiempo, las inseguridades -algunas con base real, otras imaginarias- que acechan la lengua dentro y fuera del país. Dentro, por la penetración de los anglicismos y los debates recientes sobre el lenguaje inclusivo y los cambios ortográficos o gramaticales que este puede provocar. Fuera, por la pérdida acelerada de peso a escala internacional ante el inglés y el español. La sensación de declive inexorable, la convicción de que todo va a peor, es persistente en Francia desde hace al menos dos décadas. La extrema derecha agita la nostalgia por un pasado esplendoroso. Algunos comentaristas hablan de "angustia cultural". Territorios como el norte de Francia y pueblos como Villers-Cotterêts, gobernado por el RN, son un campo fértil para que crezcan estas angustias. Es la Francia de las ciudades pequeñas y medianas donde hace cinco años estalló el movimiento de los chalecos amarillos, la Francia de los centros urbanos depauperados. La Francia que se siente abandonada por las élites y por Macron...
Hoy el castillo de Francisco I reluce tras la restauración, como se pudo comprobar durante una visita previa a la inauguración. El recorrido comienza con un panel que imita al de un aeropuerto con el nombre de las 50 capitales en las que se habla francés. Es una celebración de la francofonía -herencia del colonialismo- y del francés como "la lengua del mundo", en expresión de Xavier North, comisario principal de la exposición. Hay un equilibrio delicado entre la reivindicación de la lengua y su irradiación global -una forma de poder blando-. y la constatación de que ya no es lo que era...
Al final del recorrido, se ve un espejo en el que figura el artículo 2 de la Constitución: "La lengua de la República es el francés". Y alrededor, una nube de anglicismos corrientes en Francia. ¿La constatación de un fracaso? "Juzgue usted", responde North.
Marc Bassets. París. El País, martes 31 de octubre de 2023.
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