Esa misma anécdota, construida a posteriori, ilustra además su rechazo a los conatos de embellecimiento en las autobiografías, que ella no quiso para sus relatos confesionales, y, sobre todo, su amor por la verdad. "Hoy, parafraseando a Jen-Jacques Rousseau en Las confesiones, proclamo que quiero "mostrar ante mis semejantes a una mujer en toda la verdad de la Naturaleza, y que esa mujer seré yo", advierte en el comienzo de La vida sin maquillaje, especie de continuación del libro mencionado anteriormente, que puede tenerse por sus memorias de infancia y juventud. Y es que esa es una marca que define la literatura de Condé, el amor a la verdad, la valentía con que se interroga y reflexiona sobre asuntos como la memoria y la identidad, tanto en el ámbito íntimo e individual como en el colectivo. Y, sobre todo, en lo que se refiere, subraya su editora en España, el sello madrileño Impedimenta, a "una memoria y una identidad habitadas por luchadoras figuras de mujer, así como por los fantasmas de la esclavitud, la diáspora negra y el colonialismo.(...)
"Gigante de las letras, Maryse Condé supo pintar penas y esperanza, desde Guadalupe hasta África, desde el Caribe hasta Provenza, en una lengua de lucha y esplendor, única, universal. Libre". Así la despedía en las redes sociales un emocionado Emmanuel Macron. Pese a que ella estaba feliz y orgullosa de haber recibido de la mano del presidente de la república la Orden del Mérito de la República Francesa, militaba en movimientos por la independencia de Guadalupe, que siempre reclamó. En la ceremonia de entrega, el propio Macron bromeó con la circunstancia de que el jefe del Estado estuviese condecorando a alguien cuya aspiración era presentar pasaporte guadalupeño en la aduana del aeropuerto parisino Charles de Gaulle": "Aún no he resuelto esta paradoja, ni usted tampoco", le dijo divertido a su admirada narradora. Y es que, aunque escribía en un personalísimo francés, hibridado por el criollo y el inglés, entre otros condimentos, Condé sostenía que Francia seguía siendo racista, algo que le había ayudado hacía decenios a descubrir quien era ella en realidad, alguien muy alejado de aquellos padres que vivían para demostrar que podían ser unos negros que se comportaban pulcramente y podían ser aceptados por la metrópoli. Lo descubrió, aseguraba, no solo en sus visitas a Francia, sino, en gran medida, cuando en sus estancias en África, donde trabajó y residió largas temporadas -especialmente en Malí-, se reencontró con sus orígenes profundos y los poderosos ecos de la esclavitud y de la historia. Fue así como se erigió en conciencia de la mujer criolla y las víctimas del colonialismo.
H. J. P. Redacción. La Voz de Galicia, miércoles 3 de abril de 2024.
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