Hija de un artista y una actriz, su carrera en el cine comenzó de la mano de André Téchiné, Jean-Luc Godard y Jacques Doillon. Después llegaría su vida y a su carrera el inclasificable Léos Carax, con quien rodaría dos cintas tan extrañas como fascinantes: Mala sangre y, sobre todo, Los amantes del Pont Neuf. Dos papeles al límite, que marcan además el principio y el final de su relación sentimental, entre el 86 y el 91. Por el medio se convertiría en una pieza clave del triángulo amoroso de La insoportable levedad del ser, la adaptación al cine de la novela de Kundera firmada por Philip Kaufman, en la que comparte protagonismo con Daniel Day-Lewis y Lena Olin. Supuso su lanzamiento al cine internacional, y abrió para ella una década, la de los 90, en la que se convertiría en sinónimo de calidad: ahí están la arriesgadísima Herida, de Louis Malle, en la que se convierte en el muy oscuro objeto de deseo de Jeremy Irons, la arrolladora El paciente inglés, que le dio el óscar a la mejor actriz de reparto por su atormentada Hana...
Se comprometió con el polaco Krzysztof para uno de sus papeles más inolvidables: el de Julie en Azul, la primera parte de la fascinante trilogía Tres colores. Binoche borda esta reflexión oscura sobre la libertad, la soledad y el dolor, y se lleva el César y la Copa Volpi por su trabajo.
Hace unos años, contaba que Gérad Depardieu le espetó un día que solo rodaba películas bonitas. Tal vez podría decirse esto de Chocolat, uno de sus éxitos más empalagosos, ¿pero quién podría decir lo mismo de sus dos perturbadoras colaboraciones con Haneke? Ahí están Código desconocido y Caché para llevar la contraria a Depardieu. O Camille Claudel 1915 de Bruno Dumont. (...)
Nada parece frenar a Juliette Binoche. Ni los años, ni el idioma, ni las distintas culturas en las que se mete de lleno para rodar. Lo decía Isabel Coixet al presentarla, en febrero de 2023, en la gala en la que la actriz francesa recibió el premio Goya internacional: "Es la mujer en la que están todas las mujeres, es el cine sin fronteras, sin los algoritmos". En su discurso de agradecimiento, Juliette Binoche hacía gala de esa intensidad con la que vive el cine, al hablar del ardiente deseo que la invade, del fuego que la habita, pero no le pertenece. "Solo soy un instrumento de ese ardiente deseo", aseguró, antes de cerrar su discurso tarareando Por qué te vas de Jeanette, en su particular homenaje a Carlos Saura...
Es el ejemplo viviente de ese halo indefinible que rodea a ciertas actrices francesas, ese encanto que hace que cualquiera de sus películas gane puntos. Intensa, brillante y versátil, sopla 60 velas y lo hace convertida en Coco Chanel.
Antía Díaz Leal. La Voz de Galicia, 29 de marzo de 2024.
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