Claude Monet (1840-1926) Impression, Soleil Levant, 1872. Imagen procedente del Museo de Orsay. |
Estuvo abierta solo tres semanas, la visitaron 3.500 espectadores escasos y solo se vendió un puñado de obras, pero la muestra cambió el rumbo de la historia de la pintura. Rompió con las jerarquías que regían el mercado del arte, reafirmó la independencia del artista ante la sociedad y dio el pistoletazo de salida a las vanguardias y aun nuevo siglo lleno de ismos. Francia se vuelca ahora en la celebración del aniversario del movimiento, una de sus mejores exportaciones, con una gran exposición en el Museo de Orsay, París, 1874. Inventar el impresionismo, que recuerda esta muestra fundacional a finales del siglo XIX. A la vez, la institución ha prestado casi 200 obras a 34 museos de todo el territorio francés, acaba de inaugurar una instalación inmersiva que permite recorrer la exposición de 1874 y acogerá un coloquio internacional sobre el impresionismo en mayo. Mientras tanto Normandía, pequeña patria del movimiento, organiza un festival dedicado al impresionismo, cuyo plato fuerte es una exposición de los paisajes normandos de David Hockney en el Museo de Bellas Artes de Rouen.
¿Otra vez los impresionistas? Cabe preguntarse qué queda por decir de esta corriente y de sus integrantes, cuya revolución parece ya superada, convertidos como están en sinónimo del merchandising museístico. La muestra parisiense que reúne 160 obras -algunas préstamos estadounidenses que cuesta bastante ver en Europa-, adopta un ángulo interesante: desmitificarlos. "Tratamos de aportar una mirada más matizada, alejarnos del relato heroico sobre este grupo de pintores y subrayar que su iniciativa respondía a sus motivaciones artísticas, pero también comerciales y de estrategia de carrera", señala la comisaria de la exposición, Sylvie Patry. Más que un manifiesto contra el academicismo, que es como ha pasado a la historia, la muestra de 1874 fue un golpe de efecto destinado a llamar la atención y romper con la invisibilidad a la que los condenaba el Salón, único canal existente para mostrar sus obras. Los impresionistas también tenían, pese a todo, una agenda artística que llevaba años en gestación. La llamada Sociedad Anónima, que reunía a este colectivo de pintores, compartía dos voluntades: esclarecer los tonos de las paletas y salir de las cuatro paredes del atelier para capturar lo que sucedía en las calles. La reorganización de París impulsada por Napoleón III había generado una nueva cultura urbana y burguesa, un mundo de lujo y de espectáculo que encontró su epicentro en los grandes bulevares, donde se inauguró la muestra de 1874, barrio en pleno desarrollo donde se acababa de inaugurar la Ópera Garnier.
El movimiento encontraría un icono involuntario en una obra de Monet incluida en la muestra de 1874, Impresión, sol naciente, expuesta ahora en Orsay. Un crítico hostil de poco renombre, Louis Leroy, la ridiculizó en un artículo, entendiendo esa impresión como una subjetividad pueril e indigna del arte. Los interesados en otro gesto de descarada modernidad, tomaron ese insulto y lo convirtieron en una medalla que lucieron con orgullo. Aunque eso no sucedió hasta la tercera exposición del grupo, orquestada por Caillebotte en 1877, que se considera la más impresionista de las ocho que tuvieron lugar; es decir, la que mejor reflejó el presente. Otro falso mito que desenmascara la exposición en París es el de la unidad estética del movimiento: en 1874 solo un tercio de los 200 cuadros, colgados en paredes de color burdeos, correspondían al estilo que hoy identificamos como el impresionismo. Además, entre los 31 representantes de esa primera edición no solo había jóvenes airados: entre el mayor(Adolphe-Félix Cals) y el menor (Léon-Paul Robert) habá 40 años de diferencia...
En sus paisajes se detecta cierta nostalgia por el mundo previo a la industrialización -Pissarro. por ejemplo, hizo lo indecible para expulsar las fábricas de sus encuadres-, una paradoja relativa en una corriente que siempre fue urbana y campestre a la vez. La vista del puerto de Le Havre que firmó Monet contrasta con su cuadro sobre la Gare de Saint-Lazare. El pintor supo detectar la belleza distraída de un edificio que entonces se consideraba espantoso y prebrutalista. Es uno de los puntos álgidos de una exposición que subraya que estos maestros no fueron genios aislados, sino que respondieron a inquietudes compartidas por sus coetáneos: la contraposición de Impresión, sol naciente con las vistas de océano y el cielo normando de Boudin, mentor de Monet, es un momento de emoción pura. Y recuerda, a quien lo haya olvidado, que la modernidad se inventó en el siglo XIX.
Álex Vicente. París. El País, 14 de abril de 2024.
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