Una locura materna "de tintes grotescos"; un padre biológico desaparecido de escena; un padastro a quien no se ama, de origen aristocrático, que da su apellido Le Tellier al niño adoptado; una empresa familiar de plumas estilográficas que se va a pique por culpa de la aparición del bolígrafo Bic Cristal; una tía acomodada, hermana odiada por la madre, que tiene siempre en la nevera una botella de champán, porque le gusta "coger el puntillo". En suma, una familia incapaz de moverse en el mundo de los afectos, una madre manipuladora y un niño ignorado que desea que sus padres mueran en un accidente de tráfico. Contrariedad del hijo de doce años cuando una llamada tardía no es de la policía, sino de la madre, para anunciar un retraso. La punzada de decepción le hace decir al narrador:"Fue entonces cuando supe que era un monstruo".
Le Tellier, hasta el éxito de La anomalía, consagrada en el panteón Goncourt con más de un millón de ejemplares vendidos solo en Francia, era un autor de culto, reconocido pero minoritario de novela, relatos, poesía y obras dramáticas. Matemático de formación, lingüísta, editor y crítico de France Culture y Le Monde, es un explorador de géneros, un experimentador literario con tintes humorísticos propios del grupo Oulipo, al que pertenece desde los años 90. Oulipo, taller de literatura potencial, fundado en los 60 por el matemático François Le Lionnais y el escritor Raymond Queneau, tuvo entre sus miembros a Georges Perec, Italo Calvino o Marcel Duchamp.
La incursión de Hervé Le Tellier en la"novela familiar, no nos referimos al concepto freudiano, sino al género literario de largo recorrido, no es un ajuste de cuentas con su familia, sino una exploración que trata de extraer lo novelesco de un complejo entramado de seres unidos, y desunidos, por lazos familiares. Si recordamo el "familias, yo os odio" de André Gide en Los alimentos terrestres, los reconres de parentesco han alcanzado gran intensidad a lo largo de la historia literaria. Marguerite Duras, o más recientemente, Amélie Notomb, Delphine de Vigan o Mercedes Deambrosis, en Francia, o Vivian Gornick, en el campo anglosajón, con sus Apegos feroces, han testimoniado las complicadas relaciones maternofiliales. Aquí es un hombre en primera persona quien pinta a su madre de cuerpo entero, sin paños calientes, ejecutando una disección a bisturí sin caer en el patetismo ni en el exhibicionismo. (...)
El último capítulo se inicia con la conocida frase de Tolstoi: "Todas las familias felices se parecen; las desdichadas lo son cada una a su modo". Lo cierto es que lejos de la condescendencia o el rencor, Hervé Le Tellier ha hecho con sus demonios particulares, con su historia familiar diferente, o parecida a otras, un relato único, pero en cierto modo vigente y universal como lo son las buenas obras literarias.
Lourdes Ventura.El Cultural, 12-4-2024.
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