viernes, 25 de octubre de 2024

El piano de Chopin

George Sand y Chopin. Reconstrucción del inacabado cuadro de 
Delacroix. Después de la muerte del pintor sus nuevos dueños
 separaron los dos retratos. 
Estos días, en los que se conmemoran los 175 años del fallecimiento de Chopin, propongo que imaginemos la siguiente escena. Transcurre en la ciudad de Palma de Mallorca en 1838. Un ebanista local está trabajando con su escoplo y su lima en uno de los mubles que fabrica a mano. En su taller de la calle Misión entran unos desconocidos. Son el compositor polaco y su amante, la escritora francesa que firma como George Sand y ha escandalizado a todo París con sus aventuras sentimentales. A ella hay que figurársela como en el cuadro  que le pintó Charpentier aquel mismo año: grandes ojos negros y un gesto de confianza desafiante. A él, como el retrato inacabado que le ha hecho Delacroix: un hombre febril y reconcentrado. Seguramente los acompañará una señora de allí que sabe francés y hace de intérprete.

Los extranjeros han venido a Mallorca para pasar el invierno con la idea de que eso sería bueno para las bronquitis de él. Nada más llegar, sin embargo, los médicos de Palma les han dado una mala noticia, Lo que padece Chopin, en realidad, es una tuberculosis incurable. Desde entonces viven refugiados en la Cartuja de Valldemossa, que la reciente desamortización de Mendizábal ha vaciado de monjes. No ha sido una buena decisión. El invierno mallorquín está siendo especialmente lluvioso y, batida por los vientos de la Tramontana, la cartuja es un lugar húmedo en el que la única defensa contra el frío es un brasero que carbura mal (tendrán un susto a causa de esto). El compositor podría, al menos, trabajar tranquilamente, porque allí aún flota el voto de silencio de los cartujos; pero el piano de pared que ha dejado encargado en Pleyel de París no llega. De todos modos, cuando lo haga, la aduana de  Palma lo retendrá para exigirle unas tasas exorbitadas. Por eso Chopin ha venido  a ver  a este modesto ebanista. Quiere que le fabrique un piano, nada menos. Juan Bauzá, que así se llama el artesano, nunca ha hecho uno. Quizá nunca ha visto uno por dentro. Pero el compositor le convence: él le contará como es. Hay algo mágico en esta escena, casi una miniatura de la Creación: el mayor compositor de piano de la historia dando vida  a su instrumento  por medio de la palabra. Será en este rudimentario "Juan Bauzá" en el que Chopin componga diez de sus Preludios, entre ellos el 28/4, que tocaba mi profesora cuando yo era niño. Nos decía que era el lamento de Chopin, y es verdad que la monotonía de las notas de la mano derecha parece una onomatopeya del dolor de la enfermedad.

Wanda Landwska y el piano Bouzá (c.1914).
Foto: Alexander Binder.
Chopin falleció tan solo diez años más tarde. En su funeral se interpretaron el Requiem de Mozart y, precisamente, ese preludio 28/4 que había compuesto en Mallorca (lo toco Liszt). Luego lo inhumaron en el cementerio de Père Lachaise, con tierra traída de Polonia, en una tumba que no está lejos de la de Jim Morrison, otro compositor romántico de vida breve de otro siglo. En cuanto al piano de Bauzá, la gran clavecinista  Wanda Landowska lo encontró intacto en la Cartuja de Valldemossa muchos años después. Pertenecía entonces a un médico, a quién se lo compró a precio de oro. Hay una fotografía en la que se ve el piano en el salón del apartamento de Landowska en Berlín. Ahí se puede apreciar que el ebanista mallorquín, dejándose llevar por la costumbre, le hizo tallas e incrustaciones típicas de un mueble. Cuando los nazis llegaron al poder lo incautaron (Landowska era judía) y lo almacenaron en una mina de sal, donde lo encontraron las tropas aliadas. Se expuso brevemente en Lieja. Luego desapareció para siempre.

Miguel-Anxo Murado. La Voz de Galicia, domingo 13 de octubre de 2024.

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