domingo, 20 de octubre de 2024

La falacia de la identidad

Príamo ruega a Aquiles que le devuelva el cadáver de su hijo Hector. 
Pintura de Aleksandr Ivánov (s. XIX)

En toda su obra, Homero trata de la misma forma a los griegos y a los troyanos, los orientales. De hecho el troyano Héctor, el enemigo, despierta más simpatías que el griego Aquiles. Y el rey de Troya, el viejo Príamo, también es merecedor de respeto. Del mismo modo, en la tragedia de Esquilo, el coro llora la muerte de los enemigos persas. El extranjero no siempre fue un ser despreciado y, para los griegos, los romanos y los primeros cristianos, la palabra "bárbaro" no significaba más que eso, extranjero. ¿Cómo se recibía e identificaba a quienes llegaban de fuera, de otro país? 

Ante el problema de cómo definirse frente a los que eran "diferentes", en el siglo XVIII surgió la cultura como "seña de identidad", una especie de "esencia" ligada a un pueblo. En el siglo XIX, el concepto de cultura se amplía para incluir el "comportamiento" de las personas  de una misma sociedad. Pero esa identidad puede perder sus características originales y las sociedades pueden adoptar elementos de otra cultura. Es decir, da la impresión de que la identidad cultural es un concepto cambiante y poco fiable, susceptible de modificarse con el tiempo. En el siglo XX, los sociólogos Émile Durkheim y Marcel Mauss consideran evidente que la cultura no es anterior a los individuos, sino que son ellos quienes, al vivir en grupos, crean un "arraigo social".

En busca de algún aspecto que pueda ayudar a distinguir definitivamente a un grupo de otro, algunas personas siguen utilizando la noción de "raza", a pesar de que es un concepto que no puede aplicarse a los seres humanos, porque constituyen una única raza. En opinión de Luigi Luca Cavalli-Sforza, genetista y biólogo italiano, los miles de años que lleva evolucionando genéticamente la humanidad son demasiado pocos para permitir la aparición de razas diferentes. El racismo es "el fruto amargo" de la ignorancia y el miedo y tardará mucho en desaparecer". También lo tiene claro el Dalái Lama: "Debemos enterarnos cuanto antes de que la humanidad es una sola familia. Física, mental y emocionalmente, todos somos hermanos y hermanas".

La realidad es que, hoy en día, la exclusión  afecta a muchas categorías de ciudadanos: jóvenes, ancianos, personas con discapacidad física y, por supuesto, personas desplazadas. Más de 140 millones de personas viven en un país que no es su país de origen, 114 millones de ellas debido a guerras y persecuciones, violencia y violaciones de los derechos humanos.

Frente a esta corriente, a nuestras sociedades fragmentadas y poco solidarias les cuesta resistirse a la espiral de egoísmo-oposición-intolerancia-xenofobia-rechazo del otro, racismo. En vez de ver que esa otra persona llega acompañada de una nueva riqueza o de otra cultura enriquecedora, todo nos empuja a no ver en ella más que a la persona desfavorecida, con carencias y, por lo tanto con necesidades.

En la actualidad, la posible integración de los inmigrantes y los refugiados políticos, económicos o de otro tipo se rige por dos normas: el sistema de ius solis (derecho de suelo), que determina la nacionalidad en función del lugar donde se nace y construye sociedades basadas en la "integración", como en Francia y algunos otros países; o, por el contrario, el ius sanguinis, es decir, la nacionalidad basada en el parentesco como en Alemania y el Reino Unido, que corre el riesgo de caer en el comunitarismo.

¿Pero que es la identidad personal en una época de globalización económica que, con el pretexto de que interesa  a todos, está creando más exclusión económica que nunca? Sin olvidar unas áreas de mayor fragilidad que son relativamente recientes: la familia, la identidad sexual, la profesión -cuando el trabajo está en crisis- o las identidades simbólicas, políticas o religiosas. ¿La identidad biológica puede dar respuesta a esta crisis? "No podemos seguir definiéndonos en función de la comunidad a la que pertenecemos, porque todo se ha desdibujado; ni por la identidad racial que no existe; ni por la identidad cultural que es porosa; ni por la identidad social, que ha dejado de ser suficiente, y la solidaridad de clase se ha desmoronado en una época de reivindicaciones hechas pedazos", escribe el filósofo Francis Wolf...

¿No podríamos pensar  en una forma de articular todas las patrias, familiares, regionales, nacionales, continentales, para integrarlas en la gran patria terrestre?", sugiere Edgar Morin. La patria terrestre no es una abstracción: es el origen de la humanidad...

Promover culturalmente lo nómada frente a lo sedentario, el derecho de injerencia frente al repliegue, la tolerancia frente a la identidad, la pertenencia a muchos sitios frente a la exclusión... Queda un largo camino por recorrer.

Nicole Muchnik. Babelia. El País, sábado 28 de septiembre de 2024.

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