Bruckner, miembro del movimiento de los Nuevos Filósofos como André Glucksmann, Alain Finkielkraut o Bernard-Henri Lévy, autor de fabulosas obras como La tentación de la inocencia, encarna también hoy una rebeldía común en cierta clase de pensadores franceses contra el neofeminismo, el wokismo o la supuesta condescendencia con el islamismo de algunas corrientes políticas que buscarían caladeros electorales en los suburbios de los migrantes. Todos esos movimientos, explica el pensador en su casa del Marais de París, quintaesencia del pijerío moderno de la capital francesa, no hacen más que separarnos. "Al final, mantendremos relaciones en presencia de un abogado", anuncia en ese tono entre provocador y pícaro marca de la casa.
P.-No se lo creerá, pero de camino me he cruzado con dos tipos que paseaban por la calle en zapatillas y pijama.
R.- Es curioso, los domingos también veo a gente haciendo compras en zapatillas.
P.- Usted no las usa ni en su casa. ¿Cómo vivió la pandemia?
R.- Muy bien. Mi pareja vive en Bélgica, hablábamos tres veces al día. También con mis hijos, pero no pude trabajar bien. El primer confinamiento, el segundo fue una repetición horrible aunque logré escaparme e ir a esquiar con un amigo, así que buen recuerdo.
P.- Parecía que la pandemia iba a marcar nuestros recuerdos y a cambiar nuestros hábitos, la frontera entre dos vidas distintas. Ahora parce que no existió.
R.- El olvido es el arma más eficaz de la sociedad. Borramos y luego construimos un recuerdo. Para mi generación no fue para tanto, teníamos amigos, carreras hechas. Para los jóvenes y quienes comenzaban la vida, fue terrible. Hay enfermedades mentales derivadas de aquello. Fue también la prueba del genio humano para hacerle frente.
P.- Su libro parece más bien una crítica a una generación más que a una sociedad.
R.- En Francia la gente adoró el primer confinamiento. Les pagaban por quedarse en casa, ves los vídeos y era como un paréntesis.
P.- La idea de vivir sin trabajar perdura. En los movimientos sociales y filosóficos. Hasta el propio Elon Musk predice un futuro donde la IA trabajará por nosotros y cobraremos un subsidio universal.
R.- La covid-19 ha revelado una alergia al trabajo del mundo occidental. En EE UU un poco menos, quizá por la ética protestante. Pero aquí las generaciones más consentidas ya no quieren trabajar. La contrapartida es la inmigración. Como los franceses no quieren trabajos difíciles los hacen ellos.
P.-Muchos se fueron al campo. ¿Lo idealizaron?
R.- Claro, la vida allí es dura. Tenían la visión de Rousseau. Pero la vida del campesino era terrible, eran esclavos de la sociedad. Y en el siglo XIX muchos parisienses quisieron huir de la polución y brutalidad, y terminaron muriendo de aburrimiento en la Provenza. Es la diferencia entre utopía y realidad.
P.- En todo caso es un movimiento liderado por gente con un nivel adquisitivo medio o alto que, generalmente, tenían segundas residencias o trabajos que permitían desarrollarse a distancia: diseñadores, arquitectos... Cunde la idea de que el trabajo es algo indigno que nos priva de la vida real.
R.- Sí, y con este movimiento la gente gana menos y las sociedades se empobrecen. El estadounidense medio gana lo mismo que el francés rico. Europa se adentra en un empobrecimiento provocado por las malas decisiones políticas, y por esta idea de trabajar menos de los jóvenes, pero tener las mismas ventajas sociales que proporciona el Estado.
P.- Usted ha tenido problemas con cierta izquierda. También otros intelectuales vinculados con la socialdemocracia.
R.- La izquierda ha perdido a la clase intelectual. Solo aceptan su propia ideología. No tienen contacto con el pensamiento vivo.
P.- Un perfil en Le Monde le definió como reaccionario, macho, blanco y occidental.
R.- Esta izquierda muere de dogmatismo. Le Monde vive entre dos generaciones, la vieja, que es una izquierda universalista y abierta, y una nueva que hija del MeToo, racialista y que repite todos los lugares comunes del wokismo. Hasta Kamala Harris lo ha repudiado oficialmente, y nosotros estamos todo el día glosándolo.
P.- ¿No le gustó el MeToo?
R.- Fue útil, hubo progresos. Pero corre el riesgo de ser destruido por sus propios extremismos... El MeToo no procede de la legalidad sino de la venganza. Muchos de sus abogados son violentos de palabra, y no acusan a los violadores y agresores, sino al hombre en general. Al hombre blanco. Y si todos los hombres son culpables, no habrá posibilidad de relación entre hombres y mujeres. Es una forma de sexismo racismo o racismo de género. No es un progreso. La violación está prohibida, y no es verdad que esté inscrita en el sistema cultural y democrático...
Daniel Verdú. Ideas. El País , domingo 6 de octubre de 2024.
No hay comentarios:
Publicar un comentario