Chloë Collin. © Timothée
Chambovet
Collin dejó su Rennes natal para estudiar un grado conjunto de Griego Antiguo e Historia del Arte en París, después hizo un master con "el institucionalismo del arte urbano" como tesis principal y acabo graduándose en Derecho para poder presentarse a los exámenes de subastador en la Escuela del Louvre, porque descubrió que esa profesión combina todo lo que ama: arte, objetos, historias personales e historia del arte. "Hay algo mágico atemporal en esta trabajo", destaca. Después de dos años de prácticas en una casa de subasta , mientras seguí estudiando en la ESCP Business School de París, por fin pudo sostener el codiciado mazo.
"Cuando estaba estudiando para el examen de subastador, conocí a muchos jóvenes que no conocían esta profesión, solo de lejos, del cine. Pensaban que estaba reservado a una élite que solo compra picassos valorados en millones de euros... Y comprendí que esta profesión no era lo suficientemente abierta para nuestra generación", explica Collin, que actualmente está al frente del departamento de Arte contemporáneo y de posguerra de la casa de subastas Pierre Bergé &Associés.
Compara las pujas con "un enorme mercadillo", pero en el que los objetos son certificados por expertos y subastadores que los venden, con una exposición real y un golpe de martillo. "Así ala final, es simplemente una forma de consumir el mismo tipo de obra de arte vintage. Las antigüedades de las personas pueden ser muy diversas y el mundo de las subastas devuelve las historias y los recuerdos a la vida", sostiene. Su trabajo como subastadora abarca ponerse en contacto con el cliente, ir a su casa para descubrir los objetos y examinarlos, investigar sobre ellos, trabajar con expertos, elaborar el catálogo, montar la exposición, promocionar la venta... "Solo después de todo esto, podrás orquestar la venta y golpear con la famosa palabra ¡Vendido!, resume...
Lo más curioso que ha encontrado hasta la fecha, asegura, es una pequeña caja renacentista de madera. "La encontró el dueño en un basurero. La rescataron, la trajeron a nuestra casa de subastas y la acabamos vendiendo por más de 2.500 euros", detalla Collin. "También me encantó vender un precioso dibujo de Fernand Léger este año. Siempre es una gran alegría redescubrir obras de grandes artistas, que no se encuentran en museos, sino en colecciones privadas", reconoce. (...)
Como dice Collin, comprar objetos antiguos y darles una segunda vida es una idea que concuerda perfectamente con la mentalidad de las nuevas generaciones, mucho más concienciadas con cuidar del medio ambiente que las anteriores. "El mercado de las subastas está más preparado que nunca para acoger a toda esta generación", opina. Ella misma organizó un desfile de moda vintage en las Galerías Lafayette con piezas históricas de Yves Saint Laurent, Versace o Courrèges, entre otros.
Las redes sociales y las subastas online, además, brindan una nueva oportunidad para democratizar estas ventas públicas. La Saint Glinglin lo demuestra a diario. "Hay una revolución digital en nuestra profesión que se necesitaba desde hace mucho tiempo."
Ixone Arana. Madrid. El País, lunes 1 de Julio de 2024.
No hay comentarios:
Publicar un comentario