El taller de Rubens en el Museo del Prado.
La parte central del espacio revive lo que puedo ser el taller. El director del museo, Miguel Falomir, reconoce que puede haber fantasía en la recreación, pero que todo es verosímil porque se han fijado en cuadros en los se reproducía el taller de Rubens. Los utensilios, materiales, muebles y otros objetos característicos del oficio de pintor (pinceles, paletas, telas, tablas, caballetes, tientos) se mezclan para dar idea de gran actividad. Sobre una silla, hay un toque definitorio de la personalidad del elegante y atractivo Rubens: una espada y un sombrero negro teñido con palo de Campeche, un tinte originario de México que por entonces era señal de máxima exquisitez. El sombrero ha sido realizado por la sombrerera Ana Lamata, inspirándose en retratos suyos.
Hombre muy culto y cosmopolita (hablaba cinco idiomas), Rubens vivió mucho tiempo en Italia y recibió encargos de las cortes de España, Francia e Inglaterra. Pero su taller siempre estuvo en Amberes, como su auténtico hogar, una casa que transformó en palacio italiano y que hoy puede visitarse. En el taller siempre, cuenta Vergara, podían confluir 25 personas, cada una con una ocupación. Por el amplio volumen de encargos, los pintores simultaneaban el trabajo sobre varias obras a la vez.
Vista la esencia de lo que pudo ser el taller, las pinturas en la pared han sido elegidas para desmenuzar la manera de pintar de Rubens y dar una idea de la magnitud de sus encargos. En un artículo dedicado al artista, el escritor Antonio Muñoz Molina lo definió como un Spielberg de las superproducciones visuales del Barroco, un Cecil B. DeMille del catolicismo belicoso de la Contrarreforma. "Su imaginación plástica", añadía el escritor, "y su destreza técnica se combinan con las cualidades organizativas y ejecutivas de un director en la era de los grandes estudios. Igual que en el caso de muchos de ellos, el esplendor de sus creaciones tiene también algo de desmedido y de impersonal, una sospecha de vacuidad retórica, de manufactura a gran escala".(...)
Vergara muestra varias tandas de cuadros inacabados, como los retratos de Hélène con sus hijos y María de Medici, para explicar el proceso básico de realización de la obra. "El procedimiento era lento. Se avanzaba poco a poco, en distintas capas: sobre la imprimación se aplicaba el dibujo; sobre este el bosquejo, el color en capas más o menos transparentes". Cada cuadro podía llevar 60 días de trabajo colectivo.
Según Vergara, no hay dudas entre los expertos sobre los cuadros pintados solo por Rubens, en cuáles participó o en cuáles dio retoques. Todos los bocetos de las obras eran suyos. Esos bocetos son los que presentaba el cliente y los que permitían fijar los precios. Cuanta más mano del artista, más aumentaba la cantidad a agar. Tampoco hay duda sobre las copias salidas del taller o de su propia mano.
Ángeles García. Madrid. El País, marte 15 de octubre de 2024.
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