Carolina Otero nació en 1868 en algún punto de la parroquia de San Miguel de Valga. Probablemente muy cerca de donde nos encontramos. Era hija de una mujer pobre y soltera, así que la infancia de la niña bautizada como Agustina -tal y como recoge el acta bautismal que muestra el museo- no debió de ser nada fácil. Nada lo era entonces: en el recinto del museo hay, restaurada, una vieja vivienda tradicional a la que debía asemejarse la que dio cobijo a nuestra niña: 60 metros cuadrados en los que entraban hasta los animales.
La pequeña Agustina fue violada por un vecino y expulsada de su pueblo. Iba a cambiar el rumbo de su vida, aunque inicialmente solo se cambió de nombre: se convirtió en Carolina y comenzó a cantar y bailar allí donde le dejaban. Pasó por Pontevedra, viajó por Portugal y llegó a Barcelona; de allí viajó a Francia envuelta en una cápsula de la que iba a salir convertida ya en una artista capaz de rendir París a sus pies, tal y como recogen numerosos periódicos de la época expuestos en Valga. Carolina ya era la Bella Otero. Dicen que siete hombres se suicidaron al no saber digerir su desamor. Y que entre sus admiradores estaban Alfonso XIII, el káiser Guillermo II de Alemania, el zar Nicolás II y el gran duque Pedro de Rusia. Fue este quien en 1898 la invitó a pasar el verano en San Petersburgo. Desde allí ha llegado a Valga, cruzando mares de tiempo, una de las joyas del museo: un vídeo de apenas unos segundos en el que Carolina arquea su cuerpo y gir y gira al ritmo, suponemos, de la guitarra que toca un hombre vestido de torero. La mujer parece feliz: sonríe como si el baile, realmente, la divirtiese. Mira con descaro a la cámara que maneja un ayudante de los hermanos Lumière al que ella misma contrató para la ocasión.
El baile, que se repite una y otra vez en un bucle eterno, tiene algo de hipnótico. Se proyecta en una pantalla que parece el escenario de un teatro. En realidad, lo es: el museo quiere hacer de este lugar un salón de la belle époque donde la Bella Otero pueda seguir danzando. "Vamos poco a poco, no hay mucho dinero", dice la guía. De momento las paredes ya están forradas de una rica tela. Y desde ellas, las pupilas oscuras y ardientes de la hermosa Carolina nos miran una y otra vez. Parecen preguntarnos si es verdad que todo aquel lujo iba a desaparecer, que iba a morir como nació: pobre y olvidada.
Rosa Estévez. La Voz de Galicia , sábado 14 de septiembre de 2024.
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