viernes, 11 de octubre de 2024

El baile eterno de la Bella Otero

                                                                                               (Foto: Martina Miser)

La mirada blanda. El gesto austero. En la imagen que preside la sala que el Museo da Historia de Valga dedica a su vecina más ilustre, Carolina Otero mira a la cámara con estudiado desinterés. A sus pies un querubín apunta una flecha hacia ella, que viste un sencillo vestido blanco y un broche negro. Un traje exactamente igual se alza ante nosotros, como escapado de la foto. "No es el original; es una réplica, como el resto de la ropa que tenemos expuesta" explica antes de que se formule la pregunta, la chica que guía a quienes vienen de visita. Y viene bastante gente a este rincón que habla de Valga, aunque "la mayoría, la verdad, viene por la Bella Otero". Casi sesenta años después de su muerte, la historia de esta mujer, la reina de la belle époque, sigue cautivando a quienes se asoman a su mundo de luces y brillos que celebraba el fin de la guerra franco-prusiana e ignoraba lo que se le venía encima en 1914.

Carolina Otero nació en 1868 en algún punto de la parroquia de San Miguel de Valga. Probablemente muy cerca de donde nos encontramos. Era hija de una mujer pobre y soltera, así que la infancia de la niña bautizada como Agustina -tal y como recoge el acta bautismal que muestra el museo- no debió de ser nada fácil. Nada lo era entonces: en el recinto del museo hay, restaurada, una vieja vivienda tradicional a la que debía asemejarse la que dio cobijo a nuestra niña: 60 metros cuadrados en los que entraban hasta los animales.

La pequeña Agustina fue violada por un vecino y expulsada de su pueblo. Iba a cambiar el rumbo de su vida, aunque inicialmente solo se cambió de nombre: se convirtió en Carolina y comenzó a cantar y bailar  allí donde le dejaban. Pasó por Pontevedra, viajó por Portugal y llegó a Barcelona; de allí viajó a Francia envuelta en una cápsula de la que iba a salir convertida ya en una artista capaz de rendir París a sus pies, tal y como recogen numerosos periódicos de la época expuestos en Valga. Carolina ya era la Bella Otero. Dicen que siete hombres se suicidaron al no saber digerir su desamor. Y que entre sus admiradores estaban Alfonso XIII, el káiser Guillermo II de Alemania, el zar Nicolás II y el gran duque Pedro de Rusia. Fue este quien en 1898 la invitó a pasar el verano en San Petersburgo. Desde allí ha llegado a Valga, cruzando mares de tiempo, una de las joyas del museo: un vídeo de apenas unos segundos en el que Carolina arquea su cuerpo y gir y gira al ritmo, suponemos, de la guitarra que toca un hombre vestido de torero. La mujer parece feliz: sonríe como si el baile, realmente, la divirtiese. Mira con descaro a la cámara que maneja un ayudante de los hermanos Lumière al que ella misma contrató para la ocasión.

El baile, que se repite una y otra vez en un bucle eterno, tiene algo de hipnótico. Se proyecta en una pantalla que parece el escenario de un teatro. En realidad, lo es: el museo quiere hacer de este lugar un salón de la belle époque donde la Bella Otero pueda seguir danzando. "Vamos poco a poco, no hay mucho dinero", dice la guía. De momento las paredes ya están forradas de una rica tela. Y desde ellas, las pupilas oscuras y ardientes de la hermosa Carolina nos miran una y otra vez. Parecen preguntarnos si es verdad que todo aquel lujo iba a desaparecer, que iba a morir como nació: pobre y olvidada.

Rosa Estévez. La Voz de Galicia , sábado 14 de septiembre de 2024.

No hay comentarios:

Publicar un comentario