jueves, 14 de noviembre de 2024

El amor y la eternidad

Nadie hizo caso a Una temporada en el infierno (1873), el único libro que Rimbaud (1854-1891) publicó en su vida. Probablemente en 1874 escribió unos textos en Prosa que, tras complejo periplo, aparecieron en forma de librito (plaquette), con prólogo de Paul Verlaine, antiguo amigo y amante. Su título: Iluminaciones. Hacía tiempo que Rimbaud estaba instalado en Harar, Etiopía, dedicado al comercio de armas, sin querer saber ya nada del mundo literario. Nunca jamás volvió a escribir poesía -cartas sí, a su familia sobre todo, oscuras y desgarradoras- y ese misterio -el silencio total y para siempre- se ha incorporado a sus creaciones, sobre las que pesa la radiación  que sigue emitiendo su insondable renuncia a los 20 años.

Y si su renuncia es misteriosa, sus creaciones no lo son menos, llenas de visiones y de sueños, sin metrónomo alguno pero con experiencia a raudales, creando simetrías y percusiones deslumbradoras. Ahora es más difícil ver la novedad en que se transmutaron sus experiencias, de una rebeldía inconmensurable,  prima hermana de Baudelaire -su maestro-. Vistas las cosas en su momento, la originalidad es tal que no cesan las preguntas sobre esa dimensión inabarcable del genio que pone en circulación  lo inimaginable (o casi) antes.

"La región de la que vienen mis sueños se despliega en un lenguaje brillante y su poder de evocación es inmenso.  A veces, al final del poema, para certificar esa condición onírica, se anuncia el despertar -"Al despertar era mediodía"-, y, al mismo tiempo, como si los sueños fueran liberaciones, se teme no regresar más a ellos: "¿Qué brazo bondadoso y qué hermosa hora  me devolverán a esa región? Y junto a ese mundo alado, feérico -"Cabalgata de hadas"- y otras no tanto, se abren paso anhelos en los que se asienta "el reposo iluminado", y, con él, "el amigo... la amada... la vida", como en el portentoso comienzo del poema 'Veladas'.

Una de las ilustraciones de Frederic Amat
de la edición de "Iluminaciones".

Por eso, si escarbamos, nos damos cuenta  de que en estos poemas hay una lucha de opuestos, de euforias y abatimientos, de éxtasis y abismos, y acaba por imponerse la apelación a la Armonía, a la Belleza, al Amor, frente a sus contrarios, que también campan con feroz influencia: la Angustia, la Desolación. el Atroz Escepticismo, la Indigencia, la Miseria, la Locura... Cierto, resuena con fuerza ese "Espero convertirme en un loco peligroso", típico de un nihilismo sin horizonte pero, a la vez, en su contra hay, casi al comienzo, una potentísima innovación al "nuevo afecto" o al "nuevo amor" que cuaja, al final, en un poema magistral ('Genio'): Él es el afecto... Él es el amor... y es la eternidad". El afecto y el amor son ternos; sus contrarios, no. Como suena.

¿Y cómo se llega a esas cimas, donde esa clase de sublimidades -tanto estéticas como éticas- resplandecen" Mediante la memoria y los sentidos: "Tu memoria y tus sentidos no serán sino alimento de tu impulso creativo". Muchos firmarían esto, pero, entre ellos, se me ocurren algunos genios: Chéjov, Joyce, Proust (además del pionero William Wordsworth, por supuesto).

Edición perfecta: muy buena y limpia traducción de Miguel Casado e inspiradas ilustraciones de Frederic Amat.

Ángel Rupérez. Babelia, El País, sábado 9 de noviembre de 2024. 

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