Está seguro de no equivocarse y le hará un seguimiento hasta el punto de poner en riesgo la operación. Incluso intentará acercarse a él, entre el deseo de venganza y la necesidad de justicia, un dilema que permanecerá hasta el desenlace. El debutante Jonathan Millet, también guionista recreando una historia real, no oculta sus intenciones de voltear el thriller de espionaje a la manera canónica.
Opta por centrarse en Hamid, seguirlo en su día a día para que el espectador se vaya apoderando de su angustia, camino de una conclusión quizá inesperada. Lo veremos integrado como profesor universitario de literatura, ya liberado de los fantasmas que lo atosigaron durante meses, y quizá años. Todo muy comedido, sin los alardes formales propios de Hollywood, tanto que aparenta irregular de ritmo cuando realmente acompañamos al protagonista en su calvario personal -fue torturado y sufrió una dolorosa pérdida- e incluso en sus dudas, con momentos en que pareciera estar aquejado del síndrome de Estocolmo. Envuelto el filme en una luz sombría - que un personaje justifica calificando Estrasburgo de una ciudad fea-, una música que entra cuando es necesario y unos personajes secundarios que quizá sean su parte débil -con algunos en los que añoramos un mayor desarrollo-, se compensa con una tensión que atrapa de principio a fin.
Miguel Anxo Fernández. La Voz de Galicia, miércoles 7 de febrero de 2025.
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